MANEJA ESTE TIMÓN DE LETRAS...

Bienvenido a esta Bitácora, Navegante...

Este es el Diario de a Bordo de Mar Solana (Mar Cano Montil), psicóloga, escritora y cuentista... Aquí encontrarás mi «Cuaderno de Impresiones, Cuentos, Relatos, Poemas, Reflexiones y otras Historias», una especie de lenitivo para mitigar las heridas que nos inflige este mundo punzante y rasposo... Escribí mi primer cuento con once años, lo inventé en un pequeño aseo donde me gustaba jugar. Con quince decidí que quería aprender el arte de «Domar Caballos Salvajes» (léase Emociones que necesitan volver a coger sus riendas). Por eso llevo un cuarto de siglo, con sus amaneceres y sus lunas, ejerciendo la Psicología... Mis raíces son "abu-leñas" y nací en la capital, pero a mi alma le dio por asentarse a orillas del Guadarrama... Hace algo más de una década regresé a mi pequeño Taller de Letras. Y ahora soy «Psicolotora» especializada en Literalogía o «Escritóloga» en Psicoratura. Me chifla inventar palabras, tender historias de Letras en las cuerdas del olvido y airear mis impresiones al barlovento del papel... Curiosa insaciable del aspecto más espiritual de la existencia, soy como el Caracol, peregrina de un camino infinito de crecimiento y aprendizaje...

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LA MAGIA Y EL AMOR DE LAS LETRAS...


CON LA MAGIA DE LAS LETRAS Y EL AMOR DE SUS ENCUENTROS...

«La Novela es una meditación sobre la existencia vista a través de personajes imaginarios». ©Milán Kundera.


«En esta comarca no existen reyes, aficionados o vasallos de las letras; sólo la magia de los artesanos de la palabra que intentan comunicar». ©Mar Solana.


«La verdadera novela es el arte que nace de la risa de Dios».

©Milán Kundera.

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martes, 29 de mayo de 2012

Fortepiano

Pintura: "Fortepiano" de Serhiy Savchenko.
El día que la muerte llovió del cielo, Mariana acariciaba algunos acordes de su fortepiano, lo único que hasta ahora permanecía en pie, fuerte y suave, como un compañero fiel. Aquella mañana, muy temprano, avisaron del ataque de los pájaros de acero, de las aves de hierro forjadas en el infierno, pero Mariana no quiso huir al refugio cuando las sirenas comenzaron a ulular con urgencia y desaliento. No, no lo iba a abandonar. Si él caía, ella también. El cielo se convirtió en un manto de plomo y la tierra empezó a temblar. Mariana lo cubrió con la vieja y raída manta, se hizo un sitio debajo del teclado y se acurrucó. No, no lo dejaría allí, al albur de un futuro que se derrumbaba. Había cuidado de ella como un hermano; recordó aquella tarde, no muy lejana… Dos soldados surgieron de la nada con los bajos instintos desatados, igual que  animales en celo. Mariana, aterrorizada, se sentó al fortepiano y sus teclas comenzaron a repiquetear Mon grand amour est près de. Mientras ella llevaba el alma a cada unos de sus trémulos dedos, los soldados se alejaron de allí hipnotizados; uno de ellos lloraba sin consuelo y el otro se volvía a mirar al instrumento como si estuviera endemoniado.

viernes, 26 de marzo de 2010

SOLOVKY: ARCHIPIÉLAGO INFIERNO ...

Se ha escrito mucho sobre el genocidio del pueblo alemán, para bien de la humanidad. Sin embargo, es muy poco lo que aún sabemos sobre otro gran genocidio que corrió casi paralelo en el tiempo, aunque en espacios dispares y separados: el genocidio, no menos atroz, del pueblo ruso. La mayoría de los historiadores cree que las represiones empezaron en 1932 y tuvieron su clímax en 1937. Las llegadas a los campos de trabajos forzados o Gulags no se detuvieron hasta el año 1941 cuando empezó La Gran Guerra Patria (es el término dado por los Soviéticos a la Segunda Guerra Mundial o a la guerra contra los Nazis). Utilizaban a los convictos o prisioneros de los Gulags como escudos humanos o sea, podían ser también “soldados” del ejército y arriesgarse a morir bajo una lluvia de balas. En 1945 la guerra se acabó y millones de prisioneros volvieron a los campos. Las represiones duraron hasta la muerte de Stalin en el año 1953. La mayoría de los convictos murieron de hambre y agotamiento.

SOLOVKY: ARCHIPIÉLAGO INFIERNO

“Quizás un grano de arena no conforme una playa, pero ¡ay, si ese grano faltase!, ya no sería la misma playa…”

“Ningún estado puede prosperar sobre los cadáveres de sus propios ciudadanos. Si matamos a los que tienen ojos, viviremos en un país de ciegos durante mucho tiempo”.

A todas las víctimas de los infiernos humanos perpetrados en la Tierra…

Estoy muerta en vida. Las flores de ayer siguen frescas; un denso aroma, como un bálsamo hecho de polvo, fruta y almizcle golpea mi nariz… y mis recuerdos. Cada gladiolo, cada crisantemo, cada rosa, se estremece con la sal de mis lágrimas. Permanezco horas en este sitio glacial, rodeada de un silencio mate. Mi cuerpo es como la funda de un violín, dejó de respirar acordes aquella mañana de 1934…Punzantes y repetidos golpes en la puerta invadieron la quietud de la noche, fulminantes, apoderándose de todos los espacios; hendiendo el fino velo que separa el sueño de la realidad… Arribaban a nuestra existencia como máquinas del infierno y de allí te sacan a culatazos de fusil… “Aleksei Vasíliev Repin, enemigo del pueblo, desde ahora su trabajo queda confiscado por el bien de la nación…”, pronuncian sin pausa los toscos labios de un rostro vacío, salpicado por terribles sombras… Nuestro estupor era recompensado con más golpes…”Señora, usted debe permanecer aquí con sus hijos, el estado ya les ha buscado otro hogar…”. Intento recordar cuál de las dos sentencias me rasgó más el alma, ambas me devolvían el mismo pavor e idénticas sospechas. Enemigos del pueblo ajusticiados en lejanos infiernos, en lugares diseñados para morir. La libertad era una libélula sin alas que agonizaba patas arriba, sometida a los cánones de alguien que jugaba a ser Dios. “Al menos díganme dónde le llevan… ¡qué van a hacer con él!, pozhalusta!…”. “Usted debe permanecer aquí hasta que vengan a recogerles…”, recibí como única respuesta a mis súplicas. Todavía aturdida y conmocionada, corrí a abrazar a mis dos hijos, Lena, a la sazón de cinco años y Nikolai, de ocho. Aterrorizados por el repentino estruendo de aquellas pisadas impías, contemplaron con horror, detrás de los visillos, cómo se llevaban a su padre con insultos y golpes; y cómo mis lágrimas imploraban desde el impávido suelo. “Ya tebya lyublyu!”, fue lo último que él musitó mientras cruzaba a empellones el umbral de la puerta.

Dicen que el miedo extremo paraliza, detiene. Te deja en el sitio, con las intenciones desnudas y el ánimo hecho añicos. Estaba espantada y sobrecogida por las últimas imágenes que mi retina guardó para mostrármelas una y otra vez. Eso no me detuvo. Me he preguntado muchas veces de dónde extraje todo el coraje y la fuerza… Coraje para quemar aquellos pocos libros de nuestros años de estudiantes que custodiábamos como tesoros; fuerza para poner en la raída maleta sólo lo imprescindible y salir corriendo de la ciudad. Ímpetu y arrojo para caminar durante tres días con sus noches, como cervatillos asustados, campo a través. Ahora lo sé. La fuerza me la prestó Nikolai y el coraje fue de Lena. Sin ellos quizás me hubiera quedado allí, con mis libros, arrellanada en cualquier rincón, esperando mi destino…A pesar de todas las dificultades, enfermos y exhaustos llegamos allí. Pudimos escondernos del mismo satanás durante muchos años, en la apartada granja de nuestra amiga Olya.

Mi alma se fue con él, el violín no suena sin el arco. Por medio de algunos contactos, como suele pasar en estos casos, supimos que Aleksei murió diez años después, terriblemente torturado y masacrado en Solovky, el archipiélago del infierno, así lo bautizaron. Un intelectual que soportó durante diez terribles e interminables años los trabajos forzados de la construcción de un puente que parecía no tener principio ni fin. Lo anularon, desollaron su alma poco a poco, como sólo saben hacer las arteras estrategias de los demonios que se encarnan en cuerpos humanos. Muchas veces he recordado aquellas clases en las que nos adoctrinaban sobre nuestros principios, los del pueblo ruso, basados en la teoría de la evolución. Durante millones de años de trabajo, el mono se fue transformando en hombre…Sin embargo, y gracias a algún despropósito ruin, el proceso cambió en muy poco tiempo…y el hombre se hizo bestia otra vez.

No pudieron con su espíritu, pertenece a otras batallas que no se lidian en la Tierra. Olya y Nikolai me ayudaron a preparar este sitio, a levantar este pequeño monumento para honrar su memoria, un lugar para poder reencontrarnos todos los días. Polvo al polvo…Su cuerpo se convirtió en partículas diminutas que volvieron a la tierra, junto al sulfuro de alguna fosa común en Solovky, la isla del infierno. Su alma regresó conmigo hasta aquí, le trajo una libélula a la que le volvieron a crecer las alas. Sus huesos se han quedado en aquella isla maldita, aunque es un consuelo imaginar que el mar los abraza cuando sube la marea. Él buscó su morada eterna y me encontró. Por eso vengo todos los días y traigo flores recién cortadas. Y le hablo de nuestros hijos, de cuánto le extrañamos, de mi amnesia con la vida…De aquel violín que perdió su arco, un receptáculo que sólo alberga el silencio de acordes hueros y de melodías apagadas…

“Ya ustala”, sólo espero dejar este cuerpo muy pronto. Mi alma recuperará su melodía al son del vuelo de la libertad… Como la libélula que recobró sus alas quebradas, la que le trajo hasta esta morada, libre y sin dolor. Fluyendo como el agua del río, liberada de este peso que me amarra a la tierra, siempre adelante. Y al final del camino, el mar…; mi encuentro con él, el aire que respiraba, el arco de mi violín. Mi querido Aleksei, el padre de mis hijos en aquella maldita época de azufre y cicuta, de éteres infernales, de venenos subrepticios… No consiguieron emponzoñar la sangre de nuestro amor.


                                     
Cuando Lena llegó al cementerio, preocupada por la dilatada ausencia de su madre, sus ojos se abrieron como abanicos al albur de una repentina ráfaga de aire. La encontró postrada sobre el laude, sonriendo y con los ojos todavía húmedos, inerte y fría. “Madre, madre…”. Lena la estrechó entre sus brazos, su cuerpo parecía de trapo. Leyó la inscripción que todos los días regaba con lágrimas:


“Aquí yace el alma de Aleksei Vasíliev Repin:


Ciudadano modelo, simpatizante del progreso y de la evolución, amigo de los Ángeles, padre amoroso; esposo y compañero ejemplar…


Tus hijos, Nikolai y Lena te llevarán siempre en el corazón; tu mujer, Klara, jamás olvidará”.


Villalba, 25 de marzo de 2010.




(*) La pintura del encabezamiento se titula: "Tu ángel", pertenece a la artista boliviana Marina Suárez.

sábado, 13 de febrero de 2010

LAS NUEVE ROSAS

A Juan, mi amado esposo ...

Oscar, el chico del pelo teñido de rubio y con algunos mechones de punta, se dirige con gesto taciturno a la floristería de Isabel, la más antigua del barrio. Se ha peleado con su novia y quiere sorprenderla con flores para pedirle perdón.

─Buenos días. Me gustaría enviar un ramo de nueve rosas rojas─ dice Oscar visiblemente impaciente y emocionado por la decisión que, sobre la marcha, acaba de tomar.

“¡Rosas rojas para recuperar de nuevo a mi chica! Nueve, el día de nuestro encuentro; rojo, su color favorito…”, piensa Oscar entusiasmado con su ocurrencia.

Isabel se levanta de su taburete, deja encima de la mesa las tijeras de podar, y con una amplia sonrisa se dirige al lugar donde tiene las rosas y comienza a escogerlas para elaborar el ramo. “Seguro que es un regalo para una primera cita”, piensa la florista. Y siente la ilusión del primer amor, la vehemencia de una primera cita se cuela por sus recuerdos y se emociona casi hasta el llanto.

─Por favor, Liliana, toma nota a este chico del nombre y dirección de este bonito envío.

Liliana lleva apenas unos meses trabajando en la floristería de Isabel. Lo que más le gusta de su perfumado y colorido trabajo son los encargos de amor. Y aunque sabe que también forman parte de la vida, detesta las coronas para los funerales. Con un gesto rápido y coqueto, Liliana se retira un mechón de su morena y rizada melena y comienza a recordar su primera cita: “¡Fue tan excitante, qué guapo era aquel hombre!, un venezolano muy alto, tostadito como el café y elegante como este delicado y cuidadoso ramo de rosas rojas…”. Con la mirada lejana y soñadora, le pide los datos de envío a Oscar, que le va dictando a Liliana, la romántica:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: María Pérez Baluarte
Avenida de los Sauces, 39,
De: Oscar Martínez López

─ Pero con mis iniciales es suficiente para que ella sepa… Por favor, ponga sólo “De: O.M.L.”, gracias─ le dice Oscar pensando en todos los detalles. Más quiso el destino o el emotivo recuerdo de su primer amor, o ambas cosas, quién sabe, que Liliana se equivocara. Su guapo venezolano acostumbraba a hablarle a Liliana, así era él, del “cauce” que seguían las cosas cuando dos personas se sentían atraídas de aquella manera.

Así que cuando Alfonso, el repartidor, recoge el ramo y la tarjeta de entrega, ésta reza así:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: María Pérez Baluarte
Avenida de los Cauces, 39,
De: O.M.L.

Ese día no hay demasiados repartos y Alfonso se alegra de poder llegar algo más pronto a casa. Sus dos hijos de once y trece años, se han marchado a casa de la tía Ruth a pasar el fin de semana con sus primos. Es viernes y… ¡tendrá toda la noche por delante para estar a solas con Mónica, su mujer! Alfonso es un tipo bajito, calvo y con una sonrisa entrañable. Ha alquilado “Nothing Hill” y además ha comprado una botella de Moët&Chandon junto con una tonelada de helado de chocolate. “La noche promete”, piensa imbuido por un intenso y repentino soplo romántico, como hace tiempo no sentía. Mira el resplandeciente ramo de las nueve rosas rojas, y entonces el amor le parece el sentimiento más noble y digno que un ser humano pueda albergar. Le invade una sensación de inmensa alegría.

Al otro lado de la puerta, una anciana con la mirada interrogante y el ánimo harto sorprendido, contempla sin dar crédito el ramo de las nueve rosas que Alfonso le está entregando. No se fija en esos dos apellidos que no son los suyos. Sólo lee en aquella florida y juvenil tarjeta que le trae el amor a la misma puerta de su casa, ese amor con el que tantas y tantas veces ha soñado y después de muchos años:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: MARÍA
De: O.

Una lágrima se desliza, sutil, por una de sus descarnadas mejillas, mientras su vecino de enfrente, Osvaldo, recoge en silencio su correo al tiempo que cruza con María una mirada que vale más que mil palabras. Una mirada que cristaliza y musita: “bendita equivocación”.




Villalba, 9 de abril de 2009 (revisado el 10 de febrero de 2010)

lunes, 14 de diciembre de 2009

BLANCO

El Blanco es la luz que se difunde, no hay absorción de ningún color, por eso todos los colores se reflejan combinados para formar el blanco. El blanco expresa inocencia, paz, infancia, divinidad, estabilidad absoluta, calma, armonía y pureza…

Simón atizó el fuego del hogar. Se despertó aquella mañana con el presentimiento de que esa Navidad sería muy diferente. Unos dedos temblorosos, vinculados a una mano huesuda y pecosa por los avatares de la edad, cambiaban los troncos de sitio con zozobra. Temblorosos no tanto por su condición senil, sino por la decisión que acababa de tomar. Tras un dilatado tiempo cuajado de silencio, tristeza y soledad, resolvió que iba a telefonear a su compañera de alegrías y desmanes durante trece años. No lo demoraría por más tiempo.
Se preparó un café y se dispuso a degustarlo arrellanado en su sillón orejero predilecto, frente al enorme ventanal de la acogedora salita que daba al este, en su cabaña de Dawson City, en Canadá. Comenzaba a nevar de forma generosa y no quería perderse ni un solo copo, mientras paladeaba aquel delicioso brebaje tostado y cargado de tantas sensaciones pretéritas añoradas. Necesitaba todos sus arrestos y una dosis extra de coraje para cumplir su gesta particular.
Afuera todo estaba blanco, impoluto, inmaculado.
La nieve era una luz en su oscuro invierno, una ventana abierta a la esperanza de un nuevo comienzo… quizás para acometer juntos un final inevitable.
Mientras se llevaba con presteza la taza a los labios, meditaba sobre el blanco, la ausencia de color, al tiempo que observaba como millones de puntitos refulgentes revoloteaban, juguetones, tras el cristal de su ventana. Los tonos níveos ponían luz a la inclemencia, a las alas de los ángeles, a las estrellas. Para Simón representaba, en ese cabal y precioso instante, un claro reflejo de la vida y de las primeras luces del alba. Un lúcido destello del amor incondicional que siempre sintió por ella. Con cada copo se iba perfilando su recién nacida esperanza y la intuición de hacer lo correcto. Y a pesar de que la nieve provocaba frío, incomunicación y aludes, Simón la percibía ahora como un templado albor que irradiaba gran bienestar hacia todos los puntos cardinales de su alma. La Navidad se ponía de su parte y le prestaba la pluma para escribir aquel prólogo en su solitario y yermo camino. Le ofrecía su cálida mantilla de recién nacido para hacer acopio de todo su coraje y realizar aquella llamada que había quedado suspendida en el tiempo, como un interminable y molesto paréntesis durante casi veinticinco años.
Sacó su compacto y diminuto teléfono de su chaqueta. Se detuvo a observarlo por unos instantes y comenzó a deslizar de su carcasa, como si la estuviera desnudando a ella por primera vez, un oculto y reluciente teclado compuesto de algunos símbolos y diez números mágicos que le trasladarían hacia su deseo. Cuando iba a marcar aquellas nueve cifras grabadas a fuego en el atril de su memoria, le asaltaron de nuevo las dudas y un sutil temor: “¿…Y si ese número ya no…? ¿Y si ella?...”
Dio un manotazo en el aire como un gesto para apartar de su ánimo esos pensamientos nada optimistas, debía intentarlo. El tiempo de las preguntas sin respuesta, de los reproches, de los largos e incómodos silencios y de las miradas aviesas, ya había quedado muy atrás. Tecleó los dígitos y se llevó el minúsculo auricular a su oído izquierdo…Esperó… Tras sonar varios tonos que a Simón le parecieron una eternidad y cuando ya se disponía a desconectar aquella meditada y ansiada llamada…
- ¿Adriana?
Al otro lado de la línea y a más de cinco mil kilómetros de distancia, se escuchó una voz trémula y queda; una voz tan ronca por el paso de los años y el tabaco que parecía escaparse, sibilante y con sigilo, de la profundidad de una caverna:
-¡Dios mío!

Villalba, 3 de diciembre de 2008 ... (Revisado y reescrito el 18 de diciembre de 2009...)

miércoles, 27 de mayo de 2009

EL MUNDO DE BRENDA



Me duele todo el cuerpo como si un millar de corrientes eléctricas lo estuvieran recorriendo palmo a palmo, centímetro a centímetro. El tacto áspero, rugoso y cortante del asfalto me quema la piel, sobre todo en aquellas partes de mi cuerpo que no están protegidas por la ropa. Detecto un inconfundible y penetrante olor a polvo, gravilla y alquitrán. Los olores son muy importantes para mí. A veces están indisolublemente entrelazados con el gusto y los sabores. De repente, me acuerdo de Marcos, un antiguo novio con el que salí hace algunos años. Una de las cosas que más nos gustaba hacer, entre nuestros juegos sexuales, era pasar nuestra lengua muy despacito a lo largo y ancho del cuerpo del otro porque así aprendíamos, o eso creíamos nosotros, a conocernos mejor. Cada rincón del cuerpo sabía y olía de una determinada manera. Detrás de sus orejas y en general, su cuello, me olía, me sabía, a roscón de Reyes con chocolate. Me hacía sentir tanta ternura, que por unos instantes, todo mi ser vibraba de intensa emoción y placer. Su ombligo y su vientre eran salados y olían a besos, risas y aperitivo en una terraza de un día de sol primaveral. Cuando Marcos me hablaba, siempre lo hacía acariciándome las mejillas y su voz me hacía sentir como cuando era niña y mis padres me llevaban a escuchar a la orquestina que venía a tocar a las fiestas del barrio, era tal mi entusiasmo y alegría, que me ponía de inmediato a bailar, consciente de que muchas veces me costaba seguir el ritmo, pero poco me importaba a mí eso en aquellos momentos de júbilo.
Así era como me sentía cuando Marcos me contaba cosas o me susurraba al oído (…)

Ruidos de pisadas y voces que se van acercando y aglomerando a mi alrededor. Cláxones impacientes, la sirena de una ambulancia y el reconocible y estruendoso ulular de un coche, a lo sumo, dos, de policía, inundan el lugar como viento de tormenta, rabioso y desaforado.
Una mano grande, cálida y con tacto de látex, coge con mimo y cuidado mi cabeza, la levanta brevemente y la vuelve a depositar, muy suave y lentamente, sobre una especie de almohada que siento fría e hinchada.
Trato de pensar, de situarme…
─ Señorita, ¿puede oírme?, ¿cómo se llama?─escucho una voz de hombre joven cerca de mi cara, de hecho creo que es la misma persona que ha puesto mi cabeza sobre esa especie de almohada─ ¿Señorita?, ¿cuál es su nombre?─ insiste. En el tono de su voz detecto un poco de compasión y algo parecido a preocupación.
Quiero hablar, pero mi garganta no colabora. Parece un sueño. Pero yo sé que no lo es. Lo último que recuerdo es que estaba cruzando la calle con mi perro, Trasgo, o más bien me cruzaba él a mí… “¡Dios mío, Trasgo!, ¿dónde está mi adorado Trasgo?, ¿qué me está pasando?” Un grito ahogado de angustia lacera mi alma y, de repente, levanto un poco la cabeza, siento como si me estallara en mil pedazos y con voz apenas audible, consigo balbucir ─: Bren…da, me llamo Brenda Mar…─ permito que mi cabeza, que pesa como plomo, vuelva a su sitio. Un intenso y punzante dolor recorre mis piernas. La boca me sabe a sangre seca, no consigo mover mis manos, “Dios mío, ¿será mi final?…”, y siento una inmensas ganas de orinar y de vomitar…

Me llamo Brenda Marviux y dentro de un mes cumpliré cuarenta y cinco años. Nací en España pero mis padres son americanos, procedentes de la mítica y tranviaria ciudad de San Francisco. Aún vivo con ellos, con mi perro Trasgo, un labrador que literalmente es el bendito niño de mis ojos y con Luna, una gata siamesa que cuando la cojo es como si me acariciasen cientos de dedos cálidos, enfundados en terciopelo.

Trabajo en la librería que regenta mi padre desde hace ya más de tres décadas, en la sección de Braille o libros para ciegos. Me quedé ciega apenas cumplidos los dos años de edad y la verdad, no guardo ningún recuerdo de ese breve tiempo de mi vida en el que según los informes médicos fui vidente. Mi sensación es que siempre he sido ciega.

Soy hija única y mis padres han dedicado todos sus esfuerzos y gran parte de su vida a intentar hacer la mía más práctica y asequible, pero la gran verdad es que soy una persona mutilada en un mundo que se rige por los colores y minusválida para una sociedad que necesita ser mirada cuando ella mira.

No tengo muchos amigos. Sin embargo, sí tengo una amiga del alma, se llama Marta y es vidente. Nos conocimos en el barrio cuando ambas teníamos seis años. Recuerdo haberle preguntado, cuando aún éramos dos alocadas y felices adolescentes, “qué por qué se acercó a mí para hablar cuando aún éramos unas niñas” y me contestó con esa firmeza, decisión y sinceridad que caracterizan a mi amiga, “
que por curiosidad, por un lado, porque mis padres eran de un país muy lejano y por ingenuidad infantil, por otro, porque yo era ciega y ella presumió que lo uno había llevado a lo otro o viceversa y se propuso averiguarlo.” (...)
─ ¡Eih, eih, eh…tranquila, Brenda, todo va a salir bien!, es mejor que se quede quieta, ¿ok?
─ ¿dónde está mi perro?, ¿dónde es… Trasgo? ─ consigo brevemente articular otra vez, pero esta vez no estoy segura de que aquel amable joven pueda oírme. Siento como mis mejillas se humedecen por mis lágrimas. Y vuelvo a acordarme de mi querida amiga, Marta.

Cuando Marta viene a casa a verme, puedo sentirla antes de que llame a la puerta. Su presencia es como un baile de flores y además, existe como una pequeña vibración en el ambiente que se hace mucho más perceptible cuando ella se acerca. El aire que rodea a Marta huele como la piel recién duchada, limpia, transparente, sin nada que camufle su verdadera esencia. Mi amiga es una mujer muy especial.
El timbre de su voz suena como los acordes, a veces de un piano, cuando Marta está contenta y satisfecha, y otras, como los acordes almendrados de mi saxofón, una amalgama de notas amargas y azucaradas que destilan grandes dosis de melancolía cuando se siente sola, triste y herida, o no se encuentra bien de salud. Es una mujer extrañamente hermosa.




Sus formas son compactas y redondeadas y me transmiten tersura a la par que un buen plante. Sin embargo, su rostro es anguloso e irregular, facciones fortuitas e indeterminadas que comunican confusión y desconcierto. Y como yo sólo comprendo la belleza interna o del alma, o sea, la que yo he aprendido a percibir con mis otros sentidos, un día le pedí a mi madre que me describiera a Marta, que me dijera cómo era físicamente.
“Es alta, buena figura, aunque ahora y tras los embarazos, le sobran unos kilitos que tampoco es que le desmerezcan demasiado, no creas. Su andar es garboso y resuelto, trasmite seguridad. Y aunque tu amiga no es fea─ me dijo mi madre─ no sé hija, Marta tiene el rostro siempre como crispado… o para que tú te lo imagines, su cara parece enfadada aunque se esté riendo a mandíbula batiente, ¿entiendes Brenda lo que quiero decir?”─Perfectamente, mamá, nadie me lo podría haber contado mejor.
Y fue en ese preciso momento cuando comprendí el significado de las formas imprecisas y desconcertantes que albergaba el rostro de mi mejor amiga (...)

─ Brenda, no debe moverse. Ha tenido usted un accidente. Ahora la vamos a pasar a esta cómoda camilla para llevarla a un hospital. Tiene que intentar estar muy calmada, ¿de acuerdo?─ no era la misma voz del hombre joven de antes. Su tono era firme y seguro y su timbre rayaba entre lo grave y lo tonante. No me transmitía apenas sentimientos, parecía una voz educada en la asepsia para proteger su mundo anímico, ¿sería el médico?
─ Brenda, no se esfuerce, por favor. Intente decirme su edad y si recuerda algún teléfono al que podamos dar aviso.
─ ¿Dónde está Trasgo?... por favor… mi perro…
─ ¿Trasgo?, ¡Ah, su perro!, no debe preocuparse por él. Se lo han llevado al veterinario, se pondrá bien, como usted. Creo que se había dislocado las patas traseras, pero saldrá de ésta. Su perro le ha salvado la vida, Brenda. Si no llega a caer encima de él… es muy probable que después de la brutal embestida de aquel coche, usted hubiera impactado de forma contundente sobre el asfalto con consecuencias mucho más graves o quizás, fatales. Tiene un perro muy avezado con su…─ era la misma voz aséptica que, de repente, se detuvo e hizo un incómodo silencio. Pero ya estoy acostumbrada a que la gente sienta reparos a la hora de hablar de mi incapacidad sin tapujos, a que me traten como alguien inferior o incluso, a veces, como si estuviera también sorda o fuera una niña desvalida. Quizás, el hombre de la voz firme y tonante, quiso decir: “tiene usted un perro muy listo para lo ciega que está usted, señorita…” Y estoy harto habituada a todas estas sensaciones y a saber que es así, aunque no pueda ver el gesto en el rostro de quién lo dice.

Y como yo nunca he visto una cara humana o no guardo recuerdo de aquellas que vi hasta mis veintisiete meses, he tenido que hacer mis propias composiciones y extraer mis propias conclusiones cuando, en general, las personas me describen un rostro y olvidan que jamás he visto uno. Por ejemplo, un buen amigo de la familia, Roque, expresó un día, durante una comida familiar y hablando de una compañera de trabajo, algo así como que su rostro tenía un rictus de seriedad pero que más o menos era guapa.
¿Rictus?, ¿guapa?... Yo no entiendo de belleza o fealdad visual, desconozco lo que es un rictus, pues como ya he dicho, no he visto las caras. Sin embargo, mi mundo está repleto de formas, texturas, contornos, además de sonidos y olores. En lugar de hablar de un rictus en su fisonomía, si yo palpo un rostro humano, percibo una especie de composición de formas en las facciones que o bien me comunica armonía y paz o bien, conflicto y confusión, como la cara de mi buena amiga Marta.

─Cuarenta y cuatro… años. Y aquí─ dije con dificultad mientras me sacaba de debajo del suéter una bonita y elegante placa de oro que colgaba de mi regordete cuello desde que cumplí los tres años─ es…está el teléfono donde pueden llamar, pero por favor─ imploré mientras cogía la primera mano que sentí a mi lado, dentro ya de la ambulancia y de camino al hospital, era la mano grande y cálida del hombre joven del principio─ díganselo con todo el tacto del mundo o mejor aún, procuren ir con vista, mi padre está enfermo del corazón ─le rogué a aquel amable hombre mientras intentaba tragar saliva con sabor a gravilla y a sangre seca. ¡Su mano era tan cálida y reconfortante!

Todas las sensaciones que me transmiten mis sentidos vivos son el pincel con el que yo pongo color o luz a la aparente oscuridad de mi mundo.
Tocar, acariciar, palpar, rozar, frotar, rascar, para que mis manos, mis dedos, me perfilen y afinen el mundo.
Oír, escuchar, percibir y aguzar para que mis oídos me hablen, me enseñen toda la sabiduría que contiene el mundo.
Oler, inhalar, olfatear como los animales, porque mi nariz quiere mostrarme todas las sensaciones y emociones que conforman el aliento de este mundo.
Degustar, catar, deleitarme, paladear todos los sabores del mundo para que mi boca me hable de las sustancias que componen el mundo.
Todas estas cosas son las que encienden mi antorcha en un mundo que vosotros, los videntes, imagináis permanentemente oscuro y yermo.

Después de veintisiete interminables días, Brenda abandonó el hospital con una pierna aún escayolada, varias cicatrices frescas y una cantidad considerable de contusiones y moratones. Su madre conducía la silla de ruedas que dejaría sólo y cuando tuviera la pierna totalmente recuperada. Su perro Trasgo, el niñito de sus ojos, todavía cojeaba, sin embargo, el animalito hacía ímprobos esfuerzos por trotar como de costumbre al lado izquierdo de su adorada Brenda.


Villalba, 29 de septiembre de 2008 (revisado y reescrito el 26 de mayo de 2009)

miércoles, 15 de abril de 2009

LAS NUEVE ROSAS


A Marien y a Milagros, dos rosas.

Oscar, el chico con el pelo teñido de rubio y con algunos mechones de punta, se dirige con gesto taciturno a la floristería de Isabel, la más antigua del barrio. Se ha peleado con su novia y quiere sorprenderla con flores para pedirle perdón.
─Buenos días. Me gustaría enviar un ramo de nueve rosas rojas─ dice Oscar visiblemente impaciente y emocionado por la decisión que, sobre la marcha, acaba de tomar. “¡Rosas rojas para recuperar de nuevo a mi chica! Nueve, el día de nuestro encuentro; rojo, su color favorito…”, piensa Oscar entusiasmado con su ocurrencia.
Isabel se levanta de su taburete, deja encima de la mesa las tijeras de podar, y con una amplia sonrisa se dirige al lugar donde tiene las rosas y comienza a escogerlas para elaborar el ramo. “Seguro que es un regalo para una primera cita”, piensa la florista. Y siente la ilusión del primer amor, la vehemencia de una primera cita se cuela por sus recuerdos y se emociona casi hasta el llanto.
─Por favor, Liliana, toma nota a este chico del nombre y dirección de este bonito envío.
Liliana lleva apenas unos meses trabajando en la floristería de Isabel, pero lo que más le gusta de su perfumado y colorido trabajo son los encargos de amor. Y aunque sabe que también forman parte de la vida, detesta las coronas para los funerales. Con un gesto rápido y coqueto, Liliana se retira un mechón de su morena y rizada melena de la cara y comienza a recordar su primera cita: “¡fue tan excitante, qué guapo era aquel hombre!, un venezolano muy alto, tostadito como el café y elegante como este delicado y cuidadoso ramo de rosas rojas…”. Con la mirada lejana y soñadora, le pide los datos de envío a Oscar, que le va dictando a Liliana, la romántica:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: María Pérez Baluarte
Avenida de los Sauces, 39,
De: Oscar Martínez López

─ Pero con mis iniciales es suficiente para que ella sepa… Por favor, ponga sólo “De: O.M.L.”, gracias─ le dice Oscar pensando en todos los detalles.
Más quiso el destino o el emotivo recuerdo de su primer amor, o ambas cosas, quién sabe, que Liliana se equivocara en dos letras. Darío, que así se llamaba su guapo venezolano, acostumbraba a hablarle a Liliana, así era él, del “cauce” que seguían las cosas cuando dos personas se sentían atraídas de aquella manera.
Así que cuando Alfonso, el repartidor, recoge el ramo y la tarjeta de entrega, ésta reza así:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: Daría Pérez Baluarte
Avenida de los Cauces, 39,
De: O.M.L.

Ese día no hay demasiados repartos y Alfonso se alegra de poder llegar algo más pronto a casa. Sus dos hijos de once y trece años, se han marchado a casa de la tía Ruth a pasar el fin de semana con sus primos. Es viernes y… ¡tiene toda la noche por delante para estar a solas con Mónica, su mujer!
Alfonso es un tipo bajito, calvo y con una sonrisa entrañable. Ha alquilado “Nothing Hill” y además ha comprado una botella de Moët&Chandon junto con una tonelada de helado de chocolate. “La noche promete”, piensa imbuido por un intenso y repentino soplo romántico, como hace tiempo no sentía. Mira el resplandeciente ramo de las nueve rosas rojas, y entonces el amor le parece el sentimiento más noble y digno que un ser humano pueda albergar. Le invade una sensación de inmensa alegría.
Al otro lado de la puerta, una anciana con la mirada interrogante y el ánimo harto sorprendido, contempla sin dar crédito el ramo de las nueve rosas que Alfonso le está entregando. No se fija en esos dos apellidos que no son los suyos. Sólo lee en aquella florida y juvenil tarjeta que le trae el amor a la misma puerta de su casa, ese amor con el que tantas y tantas veces ha soñado y después de tantos años:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: DARÍA
De: O.M.L.

Una lágrima se desliza, sutil, por una de sus descarnadas mejillas, mientras su vecino de enfrente, Olegario Montes Laberna, recoge en silencio su correo al tiempo que cruza con Daría una mirada que vale más que mil palabras. Una mirada que cristaliza y musita: “bendita equivocación”.

Mar Solana. Villalba, 9 de abril de 2009.






AD AETERNUM...

PENSAR... MAR ADENTRO.

PENSAR... MAR ADENTRO.
«La mente intuitiva es un don sagrado del que la mente racional es su fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que honra el sirviente y ha olvidado su don» © Albert Einstein. Imagen: Faro de Suances (Cantabria) © Mar Solana.

CUADERNO DE BITÁCORA: "DIARIO DE NAVEGACIÓN" ...


Hace medio siglo ya me gustaba llevar lectura al campo ☺️

Soy la niña que asoma por la esquinita de la ventana, la primera por la izquierda... 😃 GRACIAS, MÓNICA...

NAVIDAD BLOGUERA 2020-2021

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¡Gracias, Mónica! Por tu trabajo y generosidad cada año :)

NAVIDAD BLOGUERA 2019-2020

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¡Gracias, Mónica! Eres una artista :)

Navidad Bloguera 2018-19-Tarjeta Personalizada

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¡Gracias Mónica! 🤗

ME GUSTARÍA SER DUEÑA DE UN INGENTE TESORO...

ME GUSTARÍA SER DUEÑA DE UN INGENTE TESORO...
... EL TIEMPO DESGRANADO Y SIN PRESTEZAS PARA ESCRIBIR, ESCRIBIR, SÓLO ESCRIBIR...

«Escribir es un autobús que te conduce a la calle Catarsis, con muchas paradas, pero directo».

«Escribir es un autobús que te conduce a la calle Catarsis, con muchas paradas, pero directo».
¿Y leer? Me apasiona devorar libros. Es como visitar el hogar espiritual de mis escritores favoritos y paladear un delicioso vino de su mejor cosecha de Letras... Un buen libro es como una liana, te ayuda a desplazarte por la inmensa selva de tu imaginación... Leer también me facilita la tupida tarea de ir desbrozando esa maleza que se enreda entre la escasez de ideas y la falta de inspiración... ¡Nunca dejes de leer!

SABIA MAFALDA...

¿Te apetece entrar en mi Cuaderno de Bitácora?

¿Te apetece entrar en mi Cuaderno de Bitácora?

GIRASOL...

GIRASOL...
Mandala pintado por © Mar Solana.
MANDALA DEL SOL...

«Para alcanzar algo que nunca has tenido, tendrás que hacer algo que nunca has hecho.»

JOSÉ SARAMAGO: 16 de noviembre de 1922 - 18 de junio de 2010... ¡HASTA SIEMPRE MAGO DE LAS LETRAS!

JOSÉ SARAMAGO: 16 de noviembre de 1922 - 18 de junio de 2010... ¡HASTA SIEMPRE MAGO DE LAS LETRAS!
"La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva. Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran." Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte...

EL BESO QUE TE ADIVINA ...

EL BESO QUE TE ADIVINA ...
... es la luz que te conduce a sacar de tí lo mejor, a crecer en la mirada de quien verdaderamente te ama. El verdadero amor te quiere libre y como ser expansivo. Nunca admite murallas para el alma que respira... Es descubrir tu segunda piel, la que te eleva a la capacidad de ser decididamente afectivo, humedeciendo con licor de alegría los desiertos emocionales ... CARLOS VILLARRUBIA.

VIVIMOS SIEMPRE JUNTOS...

Llenamos el caldero
de risas y salero,
con trajes de caricias

rellenamos el ropero.

Hicimos el aliño

de sueños y de niños,
pintamos en el cielo
la bandera del cariño.

Las cosas se complican,
si el afecto se limita
a los momentos de pasión...

Subimos la montaña

de riñas y batallas,
vencimos al orgullo
sopesando las palabras.

Pasamos por los puentes

de celos y de historias,
prohibimos a la mente
confundirse con memorias.

Nadamos por las olas
de la inercia y la rutina,
con la ayuda del amor.

Vivimos siempre juntos, y moriremos juntos,
allá donde vayamos seguirán nuestros asuntos.
No te sueltes la mano que el viaje es infinito,
y yo cuido que el viento no despeine tu flequillo,
y llegará el momento
que las almas
se confundan en un mismo corazón...
(Letra y música: Nacho Cano)

ESTA SEMANA, TE RECOMIENDO... COGE UNA DE MIS CARACOLAS Y PPPSSSHHH... ESCUCHA...

Blade Runner ¡Forever!