¡Hola, mis Navegantes de mares de Letras!
Como podéis ver, sigo
erre que erre con el sempiterno tema de la
casualidad/vs/causalidad, me apasiona… A ver si os gusta esta pequeña historia de ¿casualidades? ;)
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Imagen del corto de animación: "Destino" de Dalí y Walt Disney... |
“¡Socorro!, ¡qué alguien me ayude, por favor! ¡Auxilio!...”.
─ ¿Has oído, Gloria? ¡Parece que alguien está en apuros!─Román despegó sus labios de la tersa y mojada piel de su compañera. Gloria, entre jadeos, le atrajo de nuevo hacia sus ardientes y húmedos muslos. Como una serpiente enardecida ante su alimento, le susurró, sibilante y sinuosa, que no parara. No ahora, no en aquel momento tan anhelado de cénit semanal y clandestino, mientras sus padres disfrutaban de su habitual ópera de los miércoles. Sus súplicas se deslizaron por las sábanas y Román se incorporo de un salto, dejando a Gloria con el deseo entre los labios y el hambre sepultada bajo la almohada. “¿Qué diablos importaban unos gritos? Ella no había oído nada… Era probable que fueran unos borrachos con sus desagradables juegos de embriaguez e inconsciencia…”. Murmuró algo incomprensible en francés, mientras Román se vestía con la precipitación del poli que persigue a los malos en un mundo insomne y paranoico. Se enfundó su Walther p noventa y nueve y salió casi volando del dormitorio. Por fortuna, los padres de Gloria vivían en una casa de una planta y no hubo escaleras que sortear, sólo un minúsculo parterre que Román atravesó como una exhalación, aplastando varias petunias y margaritas que soñaban con una luna ausente.
─ ¡Alto, policía, deténganse o abro fuego! ─Un tipo con mirada de alcohol macerado y gesto enjuto levantó los brazos y dejó caer algo brillante que, con ruido metálico, se estrelló contra el suelo. El otro, alto y fornido, ataviado con un pasamontañas, dejó de zarandear a la chica y soltó el asa del bolso, que se estampó contra su cara. Hizo un gesto rápido, apenas visible, y ambos salieron corriendo como almas que lleva el diablo…
─ ¡He dicho alto a la policía o disparo! ¡Maldita sea! ─Dos balas siguieron una trayectoria equivocada y se perdieron en la oscuridad, o quizás no… El azar era caprichoso… ¿o lo era el destino?
─ ¡Beatriz…! Pero… ¿qué haces tú aquí, hija?... ¿Cariño, estás bien?
─Pa… ¡papá!… ¡eso debería preguntarlo yo! ¿No crees? ─La muchacha había visto a alguien que salía de la casa de su amiga Gloria corriendo en su auxilio. Tan sólo unas horas antes había compartido los apuntes con ella para el examen de francés. Cuando aquel hombre dio el alto a sus atracadores, vio, con estupor, que el poli bueno caído del cielo era su padre─. ¿¡Qué demonios hacías tú en casa de mi amiga Gloria, papá!?
─ Hmm… rutina policial, hija. Glo… La… la joven de esa casa dio parte en comisaría sobre dos extraños que rondaban su jardín, es muy probable que sean los mismos que te han atracado a ti, Beatriz. Además, casualmente ahora me tocaba patrullar esta zona… ─Una oscura noche sin luna cubrió el rostro de Román, como un velo de mentiras que le ayudó a disimular su vergüenza y desasosiego.
─ Vaya… papá… ¡sí qué es casualidad! ─Hacía tiempo que Beatriz ya no creía en el azar… En esa misma coincidencia que les llevó casi a cruzar sus destinos sin advertirse. ” ¿Y si no hubiera recalado en aquel café…?” Daba igual, iba a suceder y sucedió. El cínico aliento de la casualidad exhalaba sus últimos vapores en las sombras del desconcierto y la ingenuidad.
─ Vamos, cariño… Te llevaré a casa; después pondré la denuncia y haré las gestiones pertinentes en mi distrito… Te vendrá bien tomar una… —Por primera vez, Román enfrentó la profunda mirada de su hija, triste y perpleja como la del niño que se le escapó su globo. Se hizo un silencio de cripta, un silencio que anunciaba que algo acababa de ser enterrado en aquel instante…
Si Román hubiera subido el volumen de sus pensamientos, quizás su hija habría escuchado como el sexo y las balas huelen a premura e inconstancia y poseen ese sabor fugaz y agridulce, inconfundible, de la mayoría de las cosas absurdas e inconclusas de la vida. Beatriz, a sus diecisiete años, ya no creía en héroes de cartón piedra. Su padre ya no era el mismo de las mágicas historias que cada noche le contaba antes de dormir, cuando aún era una niña, asomada a sus sueños de colores y al globo que aún pendía de su risa. Le había salvado de los malos fuera del cuento en un mundo donde el azar, cuando se lo proponía, jugaba estas malas pasadas… ¿O era el destino? En todo caso, la vida era un cuento demasiado siniestro.
─No, papá, esta vez no…, cogeré un taxi… ─con un ademán brusco y firme, Beatriz se soltó de aquellas manos cínicas que todavía conservaban el calor y el olor del cuerpo de Gloria, una muchacha como ella en la que apenas hacía unos instantes aún confiaba─,… ni siquiera una taza de té cambiaría nada…─dijo sin mirarle y en un susurro apenas audible. Román miró de soslayo hacia las ventanas de Gloria, un visillo se había deslizado de nuevo, sutil e invisible, a su sitio.
Gracias al azar de aquella noche, el mismo en el que su hija ya no creía, se iba a cumplir una parte del destino de ambos, aunque casi siempre se sufrían duros desencuentros o amargas decepciones al escarpar su dolorosa cima.