Hoy quiero compartir con vosotros dos estupendos microcuentos que he encontrado navegando por otros lares; me han gustado especialmente. Uno es de Ana Mª Matute, una de mis escritoras favoritas y el otro es de Gabriel García Márquez, otro de los grandes de nuestra literatura.
MÚSICA
Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
Y otra vez silencio.
Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba lago.
La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:
-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!
Ella se siente alienada e impotente. Sobre todo si piensa que su destino está ya decidido a veces incluso antes de que unos trémulos dedos aprieten aquel gatillo que la conducirá a sumergirse en un fluido río de sangre y a alojarse en un mundo extraño y viscoso. Sabe que su trayectoria no falla nunca.
LAS SEMILLASLa última persona sobre la tierra pasó por delante del gran lago de azufre y les hizo un corte de mangas a los demonios que se bañaban satisfechos después de la masacre. Luego, protegiendo su ya abultado vientre, se arrodilló y plantó las pequeñas semillas que llevaba en su mano: acebo para alimentar el amor, un nogal para la esperanza de un nuevo comienzo y brotes de castaño para no volver a cometer los mismos errores.
INDIGESTIÓN
Tumbada hacia un lado como presa de un trance y con los ojos sanguinos de matadero, la cabra yacía apartada del rebaño. Su pastor estaba esperando al veterinario porque ignoraba qué le podía haber pasado. Aunque sí sospechaba que su estado se debía a algo que había ingerido junto con el pasto. Lo que nunca pudieron averiguar es que la cabra encontró unas hojas de la Ilíada y se las comió.
Hace días que está viendo por la cuidad a unas curiosas criaturas pululando como si tal cosa. Sus manos de siete dedos y sus grandes ojos rodeados de multitud de pequeños tentáculos siempre en movimiento les otorgan un semblante difuso e inacabado que evoca extrañas sensaciones de dispersión. Ya han comenzado las conversaciones con Obnubilia, un planeta aún más disgregado y confuso que la tierra.
HOMINIS LUPUS
Lo más lógico es que cuando un pastor se encuentra con un lobo salga corriendo para proteger a sus ovejas. Pero eso no fue lo que ocurrió aquella vez. El vaquero estaba inmovilizado delante del rebaño que pastaba tranquilamente sin advertir el peligro… y el lobo salivaba profusamente por sus fauces sin decidirse a atacar… y es que hombre y bestia eran parte del mismo ser.
EL INFARTO(*) Microrrelato semifinalista en el certamen de noviembre de 2009 de Ediciones Fergutson.
Martina yacía en el piso boca arriba y con los ojos desbocados como si acabara de ser presa de un enorme pánico. Su marido disfrazado de un murciélago gigante intentaba reanimarla, pero poco pudo hacer ya. Martina murió de un infarto a consecuencia de su desconocida y brutal fobia a estos mamíferos voladores de la familia de los vampiros. Tan sólo se trataba de una broma, pero ella nunca lo supo.
La cabra encontró unas hojas de la Ilíada que engulló como el más rico pasto. Al poco tiempo, la vieron como sacó del agua a un cabritillo a punto de morir ahogado.
Rociarse unas gotas de tu mejor perfume en el escote no falla nunca si detrás de la ventanilla de “peticiones” hay alguno o alguna, por qué no, que sepa apreciarlo.
Un pastor se encuentra con un lobo al que acaba enseñando a jugar a las damas para que en lugar de cabras se coma sus fichas.
Le habían llevado al hospital de urgencias por ataque epiléptico hasta que logró enjuagarse los restos de pasta dental y pudo decirles que se trataba de una broma.
Mar Solana
Villalba, 28 de octubre de 2009