
“Los cuentos, son la herramienta más valiosa que tenemos para transmitir los más nobles ideales y arquetipos espirituales, así como los dorados valores con los que podemos contar los seres humanos en cada andadura Terrenal (…)”
Mar Solana
CAPÍTULO PRIMERO:
“La llamita que alumbra la noche: El respeto”
El mago Lumbrel y sus cuatro ninfas: Eolina, Samdra, Ondina Y Daphne, están esperando al duendecillo del bosque, Glïky, sentados en círculo alrededor de una reconfortante hoguera que, desde hace ya tiempos inmemoriales, encienden justo en el momento en que se inicia el crepúsculo, ni un minuto antes, ni un minuto después. Aquel mágico instante en el que el señor Sol se retira a otras latitudes del universo y la señora Luna se acicala para mostrarnos su redonda y blanca carita, bueno, a veces sólo nos enseña un pedacito de ella.
─Hum… pues parece que Glïky se retrasa, no es propio de él, suele ser rigurosa y meticulosamente puntual, hum… ¿le habrá pasado algo?─exclamó Samdra con cierto tono de preocupación en su voz al tiempo que se iba desperezando de su lecho de fuego. Porque Samdra era una ninfa de tal lumínico y caliente elemento. Un ser extraordinario de la naturaleza que conducía sus benéficas influencias elementales mediante el fuego. Gracias a ella, podían leer a sus humanos preferidos y calentarse de la humedad y el relente durante la noche. Gracias a ella, los escritores encendían velas que les iluminaban e inspiraban. Velas que con su luz y calor, colmaban de una silenciosa y acogedora paz sus espíritus errantes e inquietos. Gracias a Samdra, los humanos podían cocinar sus verduras y cereales y nutrir sus cuerpos. La convocaban en sus hogares, en los días más fríos del invierno, a través de su inseparable compañera, la madera seca.
─Bueno, bueno… no nos impacientemos. Ya no puede tardar mucho en aparecer, seguro que estará entretenido con sus bayas predilectas. Además, ayer ya os dije que hoy íbamos a hablar del respeto, con dos lecturas de Bert Hellinger, un interesante humano que ha dedicado sus fuerzas de trabajo a las "Constelaciones familiares". A Glïky pareció interesarle este tema especialmente…─sentenció el mago Lumbrel que era el responsable de nutrir con su sabiduría, reflexiones y lecturas las almitas del duendecillo y de sus cuatro ninfas.
De esta manera, transmitían nuestros amiguitos sus influencias a las personas, trabajaban sin descanso acompañando e inspirando a los seres humanos de forma velada y silenciosa.
Sin embargo, todos ellos formaban parte de un espíritu común, el noble y grandioso espíritu de la más sabia, acogedora y cuidadosa de las madres: la Naturaleza.
─ ¡Ouáu… constelaciones familiares, las familias humanas son un conjunto de estrellitas en el firmamento, cada una brilla con luz propia, qué hermoso!─exclamó con vehemencia sanguínea Eolina, la ninfa que inspiraba a través de los soplos del Aire, del viento y de la brisa, mientras recorría, juguetona e inquieta, una de las ramas del vetusto tronco del haya sobre la que reposaba cómodamente la espalda del Mago.
─ ¿Constelaciones?, ¿Bert, qué?, ¿respeto?, pero ¿de qué estáis hablando, amigos?─dejó escapar Ondina a través de su castañeteo de dientes. Acababa de llegar, estaba aterida. Ondina era la ninfa del agua, de las emociones. Estaba presente en todos los sueños de agua de los poetas, en los ríos, en las cascadas del escritor, en el mar… Ondina podía llegar a inspirar hasta en el agua de los hogares: el agua del baño, el agua que se bebía. Aunque a ella le resultaba más fácil su aspecto doméstico en el agua de los pozos de las casas de campo, allí no se vivía mal, pero ¡tiburón!, tenía su lado funesto. Al fin y al cabo, un pozo era lo contrario a la libertad e inmensidad del mar.
─Querida, estás helada, ¿estás bien?─le dijo cariñosamente Samdra, la ninfa del fuego, desde el otro extremo de la hoguera y en un intento de calentar a nuestra amiga, recién salida del lago del bosque. Y es que no era la primera vez que Ondina, al acercarse a Samdra para calentarse aún con más intensidad y al calor de sus maternales requerimientos, apagaba a nuestra amiga de fuego, que desaparecía hasta que Lumbrel se encargaba de hacerla aparecer de nuevo. Ahora que lo sabían, procuraban no acercarse la una a la otra, aunque eso no era óbice para que ambas se siguieran cuidando como merecen las ninfas, ¡con muchísimo Amor!
En aquel preciso instante, Glïky, el duende, y Daphne, la ninfa del bosque, se estaban acercando a la hoguera desde un rinconcito recién roturado. Glïky caminaba a brinquitos cortos, con sus piernecitas patizambas. Y Daphne, la hermosa ninfa de la tierra, flanqueaba sus pasos con andares estilizados fruto de unas piernas largas como estambres y de un cuerpo grácil como el pedúnculo de una flor. Hacían, en todo caso, una curiosa pareja. Glïky era el guardián, como si dijéramos, del bosque. Siempre ojo avizor hacia cualquier intruso, cuidando todas las bayas, frutos y todos los nuevos cultivos del bosque. Daphne se encargaba de enviar fuerzas terrestres de inspiración para influir benéficamente con sus latidos de Ninfa sobre todas las cosechas de hortalizas y cereales. Ella era la que se encargaba de llamar a Ondina para que refrescase la tierra, tras un día de sofocante calor de verano o un día de extrema sequedad de invierno. Conjuraba, así mismo, a Eolina, para que meciera entre sus benignas brisas al incólume cereal y le impeliera a expulsar sus nuevas semillas a través del polen, por todas las áreas cercanas a su contundente soplo.
─ ¡Vamos, vamos, amigos… acercaos al fuego, que vamos a comenzar con la lectura de esta noche!─ les azuzó Lumbrel visiblemente impaciente y emocionado.─ Esta noche vamos a hablar del… RESPETO─ concluyó Lumbrel con solemnidad y cuando se disponía a comenzar la lectura, Eolina le interrumpió con una de sus habituales preguntas─: Pero ¿qué significa esa palabra para los humanos, mago Lumbrel?
─ El respeto es el amor sin alharacas, Eolina─ comenzó el mago a explicar a su diminuta, acuosa, volátil, cálida y terrena concurrencia.─ el respeto… ─continuó con un rictus de ceremonia─ es aquella cosa que no necesita ser explicada si está presente entre las personas. El respeto lleva implícito la simpatía y la tolerancia hacia el otro, aunque éste no se parezca en nada a mí o haga cosas que no estén acordes a mi forma de ser. Es tener en cuenta, mirar y atender sus opiniones aunque vayan en contra de las mías. El respeto, queridos pupilos míos, es una forma sutil y hermosa de Amor entre los seres humanos─ concluyó Lumbrel con sincera afectación y comenzó a leer los “Pensamientos en el camino” de su sabio amigo humano, Bert Hellinger:
“(…) El que actúa con respeto piensa dos veces en lo que, bajo determinadas circunstancias, es bueno para el otro y acorde con su dignidad. Por eso, el respeto es sentido por el otro como estima. El respeto allana, pues, el camino para una relación de mayor cercanía y confianza.
Respeto quiere decir: me fijo en lo que está en el entorno del otro, en lo que pueda causarle miedo o resultarle ajeno. Voy a su encuentro con algo que le es familiar y que le ayuda a mostrarse como es, porque nota que le estimo. El respeto une, es tolerante.
En el respeto retiro algo propio de mí: una idea propia de lo que es correcto, una idea de mi propia importancia, un insistir en el camino y las metas propias. Porque si quiero imponerlo, lo propio resulta estrecho.
El respeto, en cambio, es abierto, ancho, condescendiente, sabe renunciar y es, en definitiva, una manifestación de Amor y afecto.
Respetar significa, en primer lugar, reconocer. Respetar a alguien quiere decir que reconozco que está ahí, que es como es y que es justo que sea como es. Eso implica que me respeto a mí mismo de igual modo: respeto que estoy ahí, que soy como soy y que es justo el hecho de ser como soy.
Si me respeto a mí mismo y le respeto al otro en este sentido, renuncio a formarme una imagen de cómo deberíamos ser, tanto yo como el otro. Sin esa imagen previa no existe juicio sobre lo que sería mejor. Ninguna imagen preconcebida se interpone entre mí mismo y la realidad, tal como ésta se manifiesta.
De esta manera, se facilita un segundo elemento, que también forma parte del respeto: amo lo real, en tanto es precisamente real. Esto significa sobre todo: me amo a mí mismo tal como soy; amo al otro tal como es; y me alegro de las diferencias que existen entre los dos.
Ese respeto guarda las distancias. No penetra en el otro y tampoco permite que el otro penetre en mí, que me imponga algo o que disponga de mí según su propia imagen. Por eso podemos respetarnos sin pretender nada el uno del otro.
Si nos necesitamos y pretendemos algo el uno del otro, aún tenemos que reparar en un cuarto aspecto: ¿nos fomentamos mutuamente o bloqueamos el desenvolvimiento de ambos? Si tenemos que reconocer que lo obstaculizamos, entonces el respeto no nos hará converger sino divergir. Por lo que debemos respetar que cada uno pueda y tenga que seguir su propio camino. De este modo, el amor y la alegría mutua más que menguar se profundizan. ¿Por qué? Porque el Amor y la Alegría son entonces como el respeto: serenos". (*)
Y permanecieron todos allí, en silencio, pensando sobre las palabras que el mago acababa de leer y de verter en sus corazones. Escuchando el cri-cri de sus amigos los grillos y el ulular de Nox, su amigo el búho. Mirando el crepitar de las llamas en la hoguera. Y es que esa noche, Samdra estaba sencillamente, ¡radiante!
Villalba, 20 de mayo de 2009.
(*) El texto que aparece en color verde es del libro: “Pensamientos en el camino” de Bert Hellinger.