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Pintura: "Nebulosa del águila" Autor: Nabuco Joaquín Rodríguez Martín |
que lo hagas con tiempo, cariño y dedicación. La persona a la
que está dedicado así lo hubiera deseado. Gracias.
A ti, que ya marchas en libertad...
Cuando el lienzo amarillo del cielo explota en hilos rojos, naranjas y cárdenos…
El espíritu, libre, fluctúa por el índigo espacio, sin boquear, sin detenerse… No es esclavo de nada que no le permita derramarse sin trabas en su sutil existencia, no pende sobre su cabeza la espada damocliana del tiempo, ni el suero del hálito terrenal en su pecho…
En algún momento, se detienen sus pinceladas en pro de la corriente creadora y algunas Fuerzas o Energías le lanzan el anzuelo encarnatorio; abatido por una poderosa atracción, el espíritu lo muerde, salta de su flujo de movimiento y tras decidir, en apenas unos breves aleteos de consciencia, donde irá y con quién, se escurre dentro de su nueva y densa condición a lo largo y ancho de la corriente gravitatoria de la vida.
Morir es un desprenderse, un ligero vaivén, antesala de la paz y el descanso. Vivir es amarrarse a las querencias, a la sangre; y pesa, pesa mucho. Una y otra vez esas extrañas Fuerzas logran convencernos para escoger esa funda material que nos impulsará hacia la trampa de la existencia… Luego, nos acicalan con el plumero del olvido; así parece el mismo momento de una vida única, en un círculo inagotable de alfas y omegas, de principios, finales y nuevos comienzos, un ciclo sin fin…
Nos rodeamos de fiestas, celebraciones, creencias, besos, licores, orgasmos, lazos de regalo, latas de esperanza, bombones y cariño para suavizar la aspereza de la mazmorra. Cuando se rompe nuestro primer juguete, mamá nos frunce el ceño o nos patea el culo el primer amor, comenzamos a vislumbrar parte del engaño, y las preguntas dan el pistoletazo de salida en un alma encadenada a los densos barrotes de la gravedad. Pero todavía uno se cree (siente) dueño de un espacio infinito, de un tiempo y belleza ilimitados…
Cuando la soledad nos enseña sus dientes, el dolor nos guiña su constancia o el sufrimiento, a horcajadas, nos abre sus brazos; ahí aparecen, tímidas y a tropezones, las primeras sospechas de nuestra cárcel.
Si aprendemos a distinguir -sabemos ver- la verdadera esencia de los ángeles, los niños y los animales, si conseguimos dar a lo material su justa medida, la trampa nos gradúa en la Escuela de la Vida y nos regala unas suaves cadenas para fijarlas a nuestros pupitres… Seguimos presos, sí, quizás bajo un encierro más dúctil. Entonces comienza la cuenta atrás, la vuelta a casa a través de las lecciones que escogemos con los dados de la causalidad. Casilla a casilla, golpe a golpe, tirada a tirada; asignatura a asignatura… Muy pocos se invisten cum laude, meritorios unos, notables otros; algunos ni siquiera pasan de la primera lección y unos cuantos arrastran el suspenso, como las cadenas, sin enterarse de su existencia jamás.
Vivir es difícil… Morir no.