EXTRAÑAS TRINCHERAS...

Decidido a cargarme a unos cuantos miserables, con gran esfuerzo me incorporé. Forré mi cuerpo con varias capas de ropa antes de levantarme. Debía hacer algo, no permanecería impasible. Sus insistentes incursiones me robaban el sueño y era necesario aprovechar aquel momento. Si todo salía según lo previsto, cruzaría aquel umbral que me separaba del agua más pura, limpia y cristalina y de otras bebidas frescas, todas ellas objeto de mis deseos. No quería molestar a mi compañera de batalla desde que comenzó todo; dormía plácidamente, pobrecilla. Me ayudó a superar un momento clave en la lucha y estaría agotada. Sí, la dejaría descansar, en unas horas continuaba con su cometido. Comprobé mis armas. Quedaban escasas provisiones, era menester actuar con lo imprescindible, sin miramientos. Si conseguía borrar del mapa a los más insidiosos, tendría todas las reservas que yo quisiera y agua, agua, agua… Pero antes… esperaría un tiempo prudencial, me aseguraría de que estuvieran bien muertos, ¡esos bastardos inoportunos y traidores! Entonces avanzaría hacia el objetivo, sin peligro de caer por las convulsiones de sus trallazos en mi pobre cuerpo. Con las partes más cruciales del arma en mi bolsillo, recorrí los escasos metros que me separaban de la trinchera y llegué hasta él. Tiritando y a punto de caer, logré agarrarlo… Con lágrimas en los ojos y la garganta sitiada por millares de cristalitos candentes, vertí lo único que me quedaba para disolver… Aquel milagroso punto blanco efervescente que me acercaría al mayor de mis deseos… Una aspirina que fulminaría, por unas horas, a los microscópicos villanos que tanto me hacían tiritar.