"Mi cuaderno de impresiones, cuentos, relatos, poemas, reflexiones y otras historias".
No
creo en la amistad; bueno, no al menos como creían los «románticos», los
coetáneos de Lord Byron. Hombres y mujeres capaces de morir o sacrificarse por
el amor sincero profesado a otra alma. Se entregaba el corazón, la “víscera”
entera, sin esperar nada a cambio. Solo importaba lo que salía sin vía de
regreso o acuse de recibo, ¡qué cosas, qué tiempos aquellos!
En
nuestros días, la amistad es un valor a la baja, una oferta de mercadillo que
nadie comprende o aprecia, una bandera plegada en el mástil del egoísmo. Los
altruistas o los seres amorosos que caminaron en la época de Byron, son raras
avis en este mundo actual que solo se mueve en pro de un único interés
—cargado de letra pequeña—: «solo si me das, recibes… Lo comido por lo
servido…». Eso de desplegar (enarbolar) la generosidad sin ton ni son está,
incluso, mal visto. Se deja para las velas con lustre, esas que se izan con mar
favorable para causar una buena impresión en una sociedad que ya mide casi todo
por cantidades y no por cualidades.
Existió un tiempo, sí, en el que la humanidad
daba otro valor a las injusticias. La gratitud, la decencia y la probidad eran
virtudes indiscutibles. Ahora, a diario observo como las pocas personas
honestas, que siempre están ahí para cualquiera, con su generosidad y
autenticidad, son rechazadas, marginadas o se les arrincona por sistema. Los
egos enfermos de esta época son incapaces de creer que un corazón/alma albergue
tan buenos sentimientos. Siempre tienen a un diablillo soplándoles eso de:
«Nooo, ¡cuidado! No puede ser tan bueno-a, tan generoso-a, tan limpio-a... algo
querrá a cambio».