
Por la Certeza de que la oscuridad más absoluta será el germen de la Luz más resplandeciente y eterna…
Mar Solana
“¡Dios mío, no, déjeme, pero…! ¿Qué me va a hacer?, ¿quién es usted, qué va a…por qué…? ¡No, no, no, no me mate, por favor…!”.
Voces y gritos que traspasan los límites de la angustia. Los oigo todos los días, casi en todo momento, desde que él me capturó y me encerró en esta especie de zulo húmedo y nauseabundo. Lo peor es que ya no soy capaz de distinguir si las voces están ahí fuera realmente, si están en mi mente o constituyen una fatal mezcla de ambas cosas.
Me llamo John Mindlit y trabajo para un cuerpo especial de policía: la UECP o Unidad Especializada en dar Caza al Psicópata, el cuerpo de policía más numeroso y que más medios, tanto humanos como materiales, despliega en su inagotable y constante labor. Pero no soy un poli, soy mucho más peligroso para las bestias que ellos. No hace más de dos siglos, a las personas como yo nos arrinconaban como animales defectuosos en asépticos y monocordes lugares y anegaban nuestra sangre con toda clase de venenos químicos en un fútil intento de ahogar nuestro “don”. Ahora somos para los polis mucho más valiosos que su pipa o su placa y nos necesitan más que el café o que su maldito donut de la mañana.
En este inmundo sitio estoy perdiendo la noción del tiempo. La pálida luz de una escuálida bombilla que, tímida, se descuelga de un pequeño boquete taladrado sin ningún esmero en la pared, cercana a la puerta, constituye mi única guía. Durante unas horas se apaga y me quedo en la más absoluta de las tinieblas. El día y la noche se funden bajo una misma garra, entremezclan sus horas al son que marcan algunos sonidos que tan sólo me ayudan con la consciencia del antes y del después. Si se oye el silbido lejano de algún tren cohete y el retumbar de una excavadora: debe de ser por la mañana. Silencio sepulcral y el “clin, clin” de una gota que se escapa del herrumbroso grifo de esta especie de lavabo: debe de ser ya por la noche… y a los pocos minutos, todo se vuelve oscuridad.
Ya no sabría determinar el tiempo que llevo aquí encerrado por deseo de esta bestia que me manipula a merced de sus cruentas veleidades. Me hace depender de él para las pocas y esenciales necesidades que ahora tengo, como vampiro de sangre ajena.
En siglos pasados al ser humano le gustaba soñar con un futuro más amable, preñado de amor y bondad. En el siglo veintitrés, el mal se ha extendido como fuego por un campo de malezas y los psicópatas no sólo no han desaparecido, sino que se han multiplicado como los panes y los peces. Como una raza aparte, se han hecho básicamente más fuertes, pero no más listos, y traen en jaque a los polis, esos para los que yo trabajo, sin ofrecerles tregua o descanso.
Toda esta especie de estancia subterránea está impregnada de un olor acre y metálico, como una mezcla de hierro oxidado y azufre. Parece como si lo hubieran esparcido a brochazos y luego lo hubieran fijado con el barniz del horror. Se añaden al conjunto algunas fétidas pinceladas de detritus de todo tipo, tanto humanos como restos de comida putrefacta.
La aspereza, la humedad fría y detenida de este lugar, se puede palpar y sentir en cada paso, en cada esquina de este zulo inmundo que, por mis pasos, no le calculo más de diez metros cuadrados. Un penetrante olor a sangre seca en la que todavía se pueden adivinar, esparcidos por el aire, los ecos de un último grito que asistió al destino del horror, me impide hospedar en mi estómago alguna sensación de hambre. La irregularidad de todo este zulo me mantiene en un estado de constante alerta.
No he visto aún su rostro. Me trajo hasta aquí narcotizado, en una especie de coche o camioneta que olía terriblemente a orina, sudor y combustible requemado. Sin estar dormido del todo, sentí como me arrastró maniatado y con mis ojos completamente vendados hasta esta mugrienta y malhadada estancia en la que apenas sí sobrevivo.
Silencio y el repiqueteo de esta eterna y prófuga gota de agua. La tenue luz de la macilenta bombilla me deja otro día más desamparado, pero es mi única compañera el resto de las horas. Escucho con nitidez los mismos pasos de todas las noches, cadenciosos, pero rasgando cualquier hálito de vida. Sus pensamientos se esparcen como proyectiles desaforados: “Maldito telépata hijo de puta…carne de vientre endemoniado, maldito seas tú y toda tu estirpe…todavía me sirves vivo, todavía…”. Entreabre la puerta carcomida dejando escapar el mismo chirrido de siempre. Sin embargo, hoy puedo ver algo de luz ahí fuera. Su contorno asimétrico se dibuja en el umbral, dejándome entrever un rostro encapuchado y una figura negra cual abismo. Con gesto brusco y a la vez cansado deposita en el suelo mi ración diaria: una especie de papilla en una escudilla metálica que apesta.
─Tranquilo, síntico(*) del demonio ─exclama con la voz quebrada, al tiempo que se va acercando hasta el rincón donde me hallo arrebujado─, si me has oído con tu sesera, ya sabrás que no voy a liquidarte, de momento. Ahora vas a trabajar para mí. Me ayudarás a dar caza a todo ser humano doliente. Sé que a ellos les “oyes” mejor, les reconoces entre los demás. Quiero terminar yo mismo con su sufrimiento, tengo que acabar con la herrumbre de este mundo, es mi destino… ─y prorrumpió en bruscas y estridentes carcajadas que hacían convulsionar su caja torácica como un acordeón sin dueño, y lanzaban su eco al aire como balas sin control─. Cuando ya no quede ni un solo corderito…, entonces te tocará a ti ─dijo remedando el gesto de rebanar el gaznate con el canto de una mano enfundada en el más negro de los guantes. El negro destino del horror.
“Es el principio del fin”, escuchó John viajando a través de ese aire infestado de inmundicias. Sí, pero el principio del fin de las bestias. El ser humano ennoblecía su espíritu con el sufrimiento y su alma se instruía en el coraje para construir grandes fortalezas que protegieran de todo mal sus inciertos destinos, plagados de desatino y quebrantos. Era el comienzo de la era de los sínticos, ellos eran como una gran fíbula dorada, capaz de abrochar todas las piezas sueltas de tan infausto mundo.
(*) Síntico: término equivalente a empático…
Villalba, 22 de abril de 2009 (Revisado el 12 de febrero de 2010)