«Mi cuaderno de impresiones, cuentos, relatos, poemas, reflexiones y otras historias».
«Sólo hay dos
fuerzas en el mundo, la espada y el espíritu. A largo plazo, la espada siempre
será conquistada por el espíritu.» Napoleón Bonaparte.
«La violencia, la fuerza dominadora,
el maltrato físico o psíquico o la mala baba, ni se pueden justificar en modo
alguno, ni se puede permitir venga de donde venga. El “ahora que se jodan
ellos” no nos vale porque tanto las palabras como el sentimiento al que pueden
remitirnos sólo nos lleva a la parte más oscura de nosotros mismos.» Ana M.ª Tomás. Escritora y Articulista de "La Verdad".
«Ay qué ver, cómo cambia todo», decía mi
abuela. Y si levantara la cabeza vería que los cambios son condición sine qua non al giro terrestre, salvo
que hoy la velocidad es vertiginosa; eso sí ha cambiado. Y nuestra actitud. En
los tiempos de mi abuela «felicitar» era un verbo que casi siempre los conducía
al entusiasmo de celebrar sin contemplaciones. Ahora felicitas la Navidad y te
contestan con un gruñido. Y que no se te ocurra recordar la onomástica a
alguien que detesta cumplir años: te puedes llevar un buen zarpazo. Parece ser
que en esta época agresiva y mediática han prescrito algunos plácemes. Hasta
celebrar nos enfrenta. «Qué pena…», hubiera dicho mi abuela.
Esta semana me obsequiaron
con una buena arenga por felicitar a una compañera en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. «Que no. No me felicites
por ser mujer, que no estoy para fiestas…», así comenzaba la perorata de tinte sindicalista
que me dejó con un resabio parecido a cuando te explota una bomba fétida. Me
sentí como si me hubieran escupido en plena jeta a cambio de un gesto amable.
Menos mal que la mayoría de mis mujeres-amigas me devolvieron un corazón
latiendo.
Y es que una
felicita porque se siente orgullosa de tener una profesión unisex y además poder ejercerla con libertad. Mi abuela no tuvo esa
suerte. Era modista y, cuando se casó y comenzó a tener retoños, se acabó lo que
se daba; los pespuntes, la aguja y el hilo quedaron relegados a los remiendos
domésticos.
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Esta soflama, de
forma casi imperceptible, calificaba de machistas
a las mujeres que celebramos este Día. Somos unas traidoras, el sexo femenino-débil-sumiso que encima pulula
por el bando de los seres primitivos: los hombres, esas criaturas que nos hacen
la vida imposible y que para colmo son el sexo
masculino-fuerte-dominante, en general. Por lo visto «son todos iguales»,
así, a pelo, sin una reflexión o un acto de consciencia sobre el gran número de
particularidades que existen. Y claro, el
lobo siempre será el malo si solo escuchamos a Caperucita. «Eso es así, nena», hubiera apostillado
mi abuela.
John Frederick
Boyes descubrió que «La violencia en la voz es a menudo la muerte de la razón
en la garganta.» Y es que, muchas
veces, la agresividad verbal mantenida a lo largo del tiempo también es muy dañina
y no soluciona lo que pretende.
En la época que
vivió mi abuela ya existían cafres que
asesinaban a sus mujeres, o tipos sin escrúpulos que pulían sus egos a costa
del menosprecio o de bombardear la autoestima de su compañera. ¿Qué ha
cambiado? Nuestra consciencia, el hacernos cargo de estos abyectos episodios
para que la ley caiga sin piedad sobre los salvajes. Pero, por desgracia, no es
sólo nuestra comprensión de la gravedad de estos hechos detestables lo que ha
cambiado: además ahora tenemos que convivir con unas cifras indecentes de
cernícalos trogloditas que siegan vidas igual que rastrillan heno. O con los
favoritismos machistas que en pleno siglo veintiuno siguen produciéndose en el
mundo laboral… Y un largo etcétera, todo un recorrido histórico de rechazo, desprecios
y violencia de género que comenzó mucho antes de que naciera mi abuela; quizás
desde que el hombre conoce su condición de homo
habilis.
«Está claro que la
forma de sanar la sociedad de la violencia y de la falta de amor es reemplazar
la pirámide de dominación con el círculo de la igualdad y respeto.», argumentó sabiamente Manitonquat.
Hace tiempo le
comenté a una compañera, a raíz de una reflexión suya sobre la violencia de
género perpetrada en hombres, que no creo en los movimientos pendulares de
tintes cainitas. No me subyugan para nada esas fuerzas fanáticas que sólo tiran
para un lado, o que se ponen de parte de una de las partes (valga la
redundancia) con el mazo listo para descogotar a la primera de cambio. Ya nos
hemos percatado de que el ojo por ojo o
el «arrieritos somos y en el caminito nos encontraremos.», no nos libera de
nada ni nos hace mejores; al contrario, nos sigue sometiendo a la tiranía de la
violencia, esa que tan bien conecta con la parte más oscura de nuestro ser. No podemos
construir los caminos del presente sobre los odios y animadversiones del ayer.
Decía mi abuela que
los buenos consejos nacen del corazón,
nos aportan sabiduría y nos acercan a la memoria de las personas que nos los
transmitieron. Las monsergas pertenecen al territorio de las tripas y poseen
una caducidad muy breve. Son especialistas en inocular esa tirria que acaba
alejando posiciones en lugar de aproximarlas.
Es cierto que la crueldad perpetrada en
contra de la mujer durante siglos, ha dejado y sigue dejando muchas víctimas.
Que muchos tipos siguen en el Pleistoceno portando un ser acémila y caduco.
Pero también existen hombres maravillosos, caballeros galantes de corazón sensible. Dispuestos a regalarnos su bondad y a recorrer juntos el camino destruyendo los mojones de la discriminación.
Compañeros conscientes que saben proteger nuestra vulnerabilidad a sabiendas de
que ellos también portan sus propias flaquezas. Príncipes capaces de pagar con
su vida para rescatarnos de las garras del monstruo.
Muchas veces hablo
con mi abuela y le pido consejo, una vez más:
—Oye, abuela… ¿Qué
tal estaría eso de inaugurar en el calendario un día para hombres y mujeres, a
la vez, los dos juntos? Hum… Podría ser algo así como: «El Día Internacional de
Mumbre», el comienzo del final… Que sí,
abuela, que ya lo sé... Pero es que Homjer
suena a ujier, a asuntos aburridos y monótonos. Y el nombre es muy importante,
abuela: debe transmitir la alegría de la celebración. Y Mumbre se parece a «cumbre», a algo elevado, a una conquista, a hombres
y mujeres en la cima…
«Siempre te gustó
inventar palabras, nena… Y una palabra nueva es como una flor recién abierta,
capaz de dibujar su aroma en el gris azufrado de algunas trincheras…».
Entonces me acordé
de cómo admiraba mi abuela a García Lorca, con su Poeta en Nueva York siempre
en el regazo. Y pensé en cómo a veces la más ramplona de las chácharas puede
lograr el efecto contrario y conducirnos por los creativos y fértiles senderos
de la memoria.
¡Gracias abuela,
Femenina-Grande-Creativa!
© Mar Solana.
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AL ALBUR DEL BARLOVENTO!