A mi padre, porque no me haría falta torcer la cabeza para verte sonreír de nuevo…
Hola, Dios:
Mi padre me ha dicho que tú existes aunque no te veamos. Entonces eres como el abuelo de mi amigo Rafita; nunca lo he visto porque está en un hospital. ¿Estás tú en algún hospital, Dios?
Mi madre, que es la Mayor que más quiero, me ha dicho que puedes estar en muchos sitios a la vez; en la calle, en el cole, en el parque, en la casa del campo y en una esquinita de mi cama, cuidando de todos nosotros. Yo le he dicho que entonces eres como Lumbrel, el mago de mis cuentos del bosque; cuando está contando alguna historia al duende y a sus cuatro ninfas, a veces aparece en el río entre los peces o en la copa de un árbol, con los pájaros. Puede vigilar todo el bosque sin necesidad de correr, aunque yo les he pedido este año a los Reyes Magos unas zapatillas nuevas para él.
Mi abuela Lourdes, una Mayor muy chuli, me ha dicho que vives en el cielo con los ángeles. Que eres muy bueno y que nunca te enfadas con los niños. Algunas veces sí, con los Mayores que no cuidan del mundo, y les mandas vientos muy fuertes y mucha agua, como cuando se sale la bañera si se me olvida cerrar el grifo y mamá se pone a gritar con las manos en la cabeza.
El señor que ahora vive con mi madre, que es un Mayor muy serio y con una cara muy extraña, dice que todo lo tuyo son bobadas de… una palabra muy rara que habla de personas que se hacen pis en las pilas. Pero mi padre, un Mayor muy triste que hace mucho se fue de casa, me dijo que tú estabas en todos los colores de mis cuentos y en las cosas alegres. En el rojo de los espagueti con tomate; en el amarillo de mi duende del bosque; en el azul de Ondina, la ninfa del agua; en el blanco de Eolina, la ninfa que sopla el aire; en el naranja de Samdra, la ninfa que cuida del fuego; y en el verde de Daphne, la ninfa de todos los árboles del bosque…
El otro día le pregunté a la seño que dónde estaba Mario, un niño de mi clase que ya no viene. Es muy bajito y no tiene pelo, se sienta solo en la primera fila y su boca es una sonrisa al revés; yo tuerzo mucho la cabeza y así lo veo sonreír. La seño me dijo que está en un hospital, que lo están cuidando muy bien muchos médicos, enfermeras y ángeles. Yo le pregunté si tú también estabas con Mario en un hospital y me contestó que sí, que siempre cuidas de todos los niños y en especial de los que no pueden ir al cole.
Por eso le pedí a la yaya Lourdes que me llevara al hospital donde está Mario. Ella al principio no quería, decía que los niños no pueden entrar en los hospitales. Yo le dije que sí, que tú estabas allí con Mario y que me ibas a dejar pasar. Mi abuela me miró con la cara de los Mayores cuando no entienden algo, como el día que papá se fue de casa. Pero me llevó a ese hospital en el tren, de la mano. La abuela tiene las manos mojadas, con muchos huesos y nunca me suelta.
Llegamos a una pared muy alta con papeles, lápices y teléfonos muy arriba. Se asomó una chica muy guapa, con un gorrito blanco y un lápiz sin punta en la mano y nos preguntó qué queríamos. Mi abuela iba a contestar, pero yo le dije antes que en qué piso estabas tú. Esa chica y mi abuela se miraron con la cara que ponen los Mayores cuando tienen que decir una mentira y se pusieron las dos a reír. Mi abuela le preguntó por Mario, la chica guapa le dijo que los niños no podían ir. Entonces me miró como miran los Mayores cuando están tristes, con los ojos de mi madre cuando se fue papá, y al rato estábamos en la habitación de Mario. Estaba en una cama torcida y parecía más pequeño que en clase. Seguía sin pelo y con la sonrisa al revés, pero cuando me vio, la sonrisa se le puso al derecho. Había muchas flores, muñecos de peluche, cuentos y muchísimos dibujos muy chulis pegados en las paredes. Me acerqué a Mario y le pregunté si te había visto. Entonces la sonrisa se le dio la vuelta otra vez, me solté de la mano de la yaya y salí corriendo de allí. Estaba muy enfadado con la seño porque me había dicho una mentira y contigo porque quería verte, como a mis amigos de mis cuentos, pero tú te escondías.
Llegué a un jardín con muchas flores y me puse a llorar. Miré al cielo, a lo mejor te cansaste y te fuiste a tu casa. En el cielo había un medio redondel de muchos colores como en mis libros: rojo, amarillo, azul, blanco, naranja, verde… ¡Eh!, ¡papá me dijo que tú estabas en esos colores! Torcí mucho la cabeza hacia un lado y me sonreíste, como Mario. Ya no estoy enfadado contigo, ¡te he visto reír desde tu casa!
Hasta pronto, Dios. Te volveré a escribir.
Iván González, 3º de primaria.
Posdata: Mario ha vuelto a clase y ya no tengo que torcer la cabeza para verle sonreír. La seño nos dijo que tú le curaste… Gracias Dios, eres otro Mayor muy chuli.
Villalba, mayo de 2010.