SOLOVKY: ARCHIPIÉLAGO INFIERNO
“Quizás un grano de arena no conforme una playa, pero ¡ay, si ese grano faltase!, ya no sería la misma playa…”
“Ningún estado puede prosperar sobre los cadáveres de sus propios ciudadanos. Si matamos a los que tienen ojos, viviremos en un país de ciegos durante mucho tiempo”.
A todas las víctimas de los infiernos humanos perpetrados en la Tierra…
Estoy muerta en vida. Las flores de ayer siguen frescas; un denso aroma, como un bálsamo hecho de polvo, fruta y almizcle golpea mi nariz… y mis recuerdos. Cada gladiolo, cada crisantemo, cada rosa, se estremece con la sal de mis lágrimas. Permanezco horas en este sitio glacial, rodeada de un silencio mate. Mi cuerpo es como la funda de un violín, dejó de respirar acordes aquella mañana de 1934…Punzantes y repetidos golpes en la puerta invadieron la quietud de la noche, fulminantes, apoderándose de todos los espacios; hendiendo el fino velo que separa el sueño de la realidad… Arribaban a nuestra existencia como máquinas del infierno y de allí te sacan a culatazos de fusil… “Aleksei Vasíliev Repin, enemigo del pueblo, desde ahora su trabajo queda confiscado por el bien de la nación…”, pronuncian sin pausa los toscos labios de un rostro vacío, salpicado por terribles sombras… Nuestro estupor era recompensado con más golpes…”Señora, usted debe permanecer aquí con sus hijos, el estado ya les ha buscado otro hogar…”. Intento recordar cuál de las dos sentencias me rasgó más el alma, ambas me devolvían el mismo pavor e idénticas sospechas. Enemigos del pueblo ajusticiados en lejanos infiernos, en lugares diseñados para morir. La libertad era una libélula sin alas que agonizaba patas arriba, sometida a los cánones de alguien que jugaba a ser Dios. “Al menos díganme dónde le llevan… ¡qué van a hacer con él!, pozhalusta!…”. “Usted debe permanecer aquí hasta que vengan a recogerles…”, recibí como única respuesta a mis súplicas. Todavía aturdida y conmocionada, corrí a abrazar a mis dos hijos, Lena, a la sazón de cinco años y Nikolai, de ocho. Aterrorizados por el repentino estruendo de aquellas pisadas impías, contemplaron con horror, detrás de los visillos, cómo se llevaban a su padre con insultos y golpes; y cómo mis lágrimas imploraban desde el impávido suelo. “Ya tebya lyublyu!”, fue lo último que él musitó mientras cruzaba a empellones el umbral de la puerta.
Dicen que el miedo extremo paraliza, detiene. Te deja en el sitio, con las intenciones desnudas y el ánimo hecho añicos. Estaba espantada y sobrecogida por las últimas imágenes que mi retina guardó para mostrármelas una y otra vez. Eso no me detuvo. Me he preguntado muchas veces de dónde extraje todo el coraje y la fuerza… Coraje para quemar aquellos pocos libros de nuestros años de estudiantes que custodiábamos como tesoros; fuerza para poner en la raída maleta sólo lo imprescindible y salir corriendo de la ciudad. Ímpetu y arrojo para caminar durante tres días con sus noches, como cervatillos asustados, campo a través. Ahora lo sé. La fuerza me la prestó Nikolai y el coraje fue de Lena. Sin ellos quizás me hubiera quedado allí, con mis libros, arrellanada en cualquier rincón, esperando mi destino…A pesar de todas las dificultades, enfermos y exhaustos llegamos allí. Pudimos escondernos del mismo satanás durante muchos años, en la apartada granja de nuestra amiga Olya.
Mi alma se fue con él, el violín no suena sin el arco. Por medio de algunos contactos, como suele pasar en estos casos, supimos que Aleksei murió diez años después, terriblemente torturado y masacrado en Solovky, el archipiélago del infierno, así lo bautizaron. Un intelectual que soportó durante diez terribles e interminables años los trabajos forzados de la construcción de un puente que parecía no tener principio ni fin. Lo anularon, desollaron su alma poco a poco, como sólo saben hacer las arteras estrategias de los demonios que se encarnan en cuerpos humanos. Muchas veces he recordado aquellas clases en las que nos adoctrinaban sobre nuestros principios, los del pueblo ruso, basados en la teoría de la evolución. Durante millones de años de trabajo, el mono se fue transformando en hombre…Sin embargo, y gracias a algún despropósito ruin, el proceso cambió en muy poco tiempo…y el hombre se hizo bestia otra vez.
No pudieron con su espíritu, pertenece a otras batallas que no se lidian en la Tierra. Olya y Nikolai me ayudaron a preparar este sitio, a levantar este pequeño monumento para honrar su memoria, un lugar para poder reencontrarnos todos los días. Polvo al polvo…Su cuerpo se convirtió en partículas diminutas que volvieron a la tierra, junto al sulfuro de alguna fosa común en Solovky, la isla del infierno. Su alma regresó conmigo hasta aquí, le trajo una libélula a la que le volvieron a crecer las alas. Sus huesos se han quedado en aquella isla maldita, aunque es un consuelo imaginar que el mar los abraza cuando sube la marea. Él buscó su morada eterna y me encontró. Por eso vengo todos los días y traigo flores recién cortadas. Y le hablo de nuestros hijos, de cuánto le extrañamos, de mi amnesia con la vida…De aquel violín que perdió su arco, un receptáculo que sólo alberga el silencio de acordes hueros y de melodías apagadas…
“Ya ustala”, sólo espero dejar este cuerpo muy pronto. Mi alma recuperará su melodía al son del vuelo de la libertad… Como la libélula que recobró sus alas quebradas, la que le trajo hasta esta morada, libre y sin dolor. Fluyendo como el agua del río, liberada de este peso que me amarra a la tierra, siempre adelante. Y al final del camino, el mar…; mi encuentro con él, el aire que respiraba, el arco de mi violín. Mi querido Aleksei, el padre de mis hijos en aquella maldita época de azufre y cicuta, de éteres infernales, de venenos subrepticios… No consiguieron emponzoñar la sangre de nuestro amor.
Cuando Lena llegó al cementerio, preocupada por la dilatada ausencia de su madre, sus ojos se abrieron como abanicos al albur de una repentina ráfaga de aire. La encontró postrada sobre el laude, sonriendo y con los ojos todavía húmedos, inerte y fría. “Madre, madre…”. Lena la estrechó entre sus brazos, su cuerpo parecía de trapo. Leyó la inscripción que todos los días regaba con lágrimas:
“Aquí yace el alma de Aleksei Vasíliev Repin:
Ciudadano modelo, simpatizante del progreso y de la evolución, amigo de los Ángeles, padre amoroso; esposo y compañero ejemplar…
Tus hijos, Nikolai y Lena te llevarán siempre en el corazón; tu mujer, Klara, jamás olvidará”.
Villalba, 25 de marzo de 2010.
(*) La pintura del encabezamiento se titula: "Tu ángel", pertenece a la artista boliviana Marina Suárez.