BALANCE EN EL MALECÓN
A Sofía, en el día de su cumpleaños y por el coraje en su nueva andadura… probablemente no sea lo mejor que he escrito, pero sí lo que he escrito con más Amor…
Sentada frente aquel azul infinito e insondable, le parecía que el mundo se había detenido. Las olas, como atractivas lenguas de espuma, iban y venían ante su cavilosa mirada. Campaban a sus anchas por la orilla dejando sus jirones verdiazul esparcidos aquí y allá, formando esas pequeñas lagunillas que los niños aprovechaban para chapotear y las gaviotas para humedecer sus sitibundos picos durante el estío. Con la reciente llegada del solsticio invernal se apreciaba un sol más generoso que donaba luz y esperanza al renacer de un nuevo comienzo. Sus ojos recogían todo aquello, húmedos y absortos. En ese mágico instante del atardecer cuando el astro Rey se retira a otras latitudes del universo y la princesa Luna, la del espejo gigante, se acicala para mostrarnos su redonda y blanca carita o un pedacito de ella, si las níveas cortinas del cielo continúan descorridas. El índigo, rúbeo, naranja y violeta desplegaban sus matices y reflejos como si alguien deslizara una brocha invisible a través de una enorme pantalla que proyectaba imágenes marinas, las preferidas de Sofía. Su nombre era de origen griego y resumía otra palabra más larga y contundente: Sabiduría. Pronunciar sus cinco mágicas letras equivalía a acariciar el resultado de su tenacidad durante largos y costosos años. En aquel malecón sonaba como un conjunto de suaves notas musicales tejidas con la constancia de su esfuerzo y de su lucha.
Quedaban dos días para despedir el año y además, hoy, cumplía uno más en el devenir de su existencia. Nochevieja y cumpleaños, dos eventos importantes que quedaron unidos para siempre en su destino. Cuando era pequeña sentía como la ilusión de la Navidad cosía los faldones de su cumpleaños y vivía en una fiesta sin fin. Una sensación parecida a comer todo el dulce que quisiera, sin reglas o amonestaciones. En la medianía de su vida, sin embargo, aborreció y maldijo la proximidad de aquellos lances. Un año pasaba página, otra vez y de forma vertiginosa, y ella cargaba con uno más en su macuto, ¿es que acaso debía celebrar la inmediatez del tiempo y su rápido cabalgar? El caramelo, con el paso de los años, las tristezas y las decepciones, se había avinagrado. Ahora, en el culmen de su madurez y con no menos desencantos y sinsabores a sus espaldas, cumplir años dos días antes de la Nochevieja, se le antojaba como un alimento apetecible y en su justo punto de sal, del que se come sólo lo que el cuerpo pide y uno necesita. No es la euforia y el empacho de lo dulce, tampoco el fiasco y la desazón de lo amargo. Alguna ventaja tendría que ofrecer el crepúsculo de la existencia y el haber atesorado montones ingentes de sabiduría…¡Sofía!…
Una lágrima, salada como agua de mar, jugaba silenciosa a escaparse por sus descarnadas mejillas. Hacía balance de las despedidas y encuentros en aquel año que ya boqueaba sus últimos suspiros de dolor y vida. La Navidad era como una perversa lupa, siempre agrandando lo evidente. Los pobres parecen más pobres y las congojas más hondas. Los problemas, algunos dormidos el resto del año, se clavan y te remueven el alma como un millar de esquirlas en la piel. Una separación podía ser como atravesar un desierto en medio de una tormenta de arena y sin una gota de agua... El amor se secó como una planta abandonada y la convivencia se convirtió en un trozo de turrón del duro cuando los dientes flaquean. En aquellas fechas especiales los desencuentros y las separaciones punzaban más el ánimo… Pero la lupa también aumenta las bonanzas.
“El mar te abre horizontes… te sientes muy acompañada por su oleaje, su ritmo y su profundidad”.
El piélago se abre más celeste, inmenso e infinito en Navidad y el Amor y la esperanza que alberga un nuevo comienzo, se convierten en un delicioso bocado de turrón de chocolate, dulce y blandito.
Al fin y al cabo, y como decía la madre de Forrest Gump:” la vida es como una caja de bombones…” En lugar de abandonarse al azar y conformarse con el consiguiente “nunca sabes qué te va a tocar...”, Sofía, para concluir su balance en aquel malecón, decidió que iba a trabajar con la certeza de que la esperanza era como el chocolate y con la creciente confianza de que todas las cosas buenas que arriban a nuestra orilla, cuando tomamos la dirección correcta, son como la dulce explosión del licor del relleno.
Y trás el crepúsculo... llegaba, por fin, el alba de sus sueños.
Villalba, 28 de diciembre de 2009.