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“Una palabra tuya bastará para sanarme…” (S. Mateo 8; 5-17) Fotografía de Mar Solana©. |
Hola, Navegantes:
Escribir siempre ha templado mis nervios, es una mano que, en silencio, acaricia las cuerdas de mi guitarra. Me gustaría contaros muchas cosas, ahora mismo las palabras bullen en tropel dentro de mí…
Por fin se calmaron las aguas y la marea bajó. Los vientos huracanados se han hecho brisa tibia y las grandes olas parieron las que ahora lamen, despacio y con dulzura, las orillas. Ya hemos recogido la maraña de algas, caracolas, y conchitas; hemos lanzado otra vez mar adentro a las estrellas y cangrejos mal heridos. Hemos arreglado los desperfectos del inesperado temporal y caminamos por una nueva senda plagada de perspectivas y ánimos renovados.
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Fotografía de Juan Canales©. |
Cuando la Vida nos da un toque, somos más conscientes que nunca de que Ella es una especie de milagro sometido a los avatares de un influjo incierto, vulnerable. La Vida es una balanza en constante equilibrio, una romana. Es caminar sobre el filo de un cuchillo sin cortarse o sobre una cuerda floja sin precipitarse al vacío. Llegamos a ella por el túnel del tic tac y con las manecillas de su inmisericorde condición atrapándonos los talones. Algunas estancias de la vida tienen las ventanas cerradas para que no nos piquen las risas y no enfermemos de alegría, a cambio nos ofrecen un gran sofá tapizado con dolor… Sin embargo, gracias al picotazo y a la fisura en lo cotidiano, he percibido con profundidad que los vínculos de Amor, los verdaderos, son tambores que resuenan con fuerza para recordarnos su importancia; estos preciosos lazos pierden fuelle en el día a día, inmersos como estamos en tantas rutinas absurdas y trabajos egocéntricos…
Quizás la enfermedad aparece en nuestro camino para sanar, para quitar el polvo a las viejas costumbres, para indicar una nueva ruta... Creo que los padecimientos que se pueden afrontar con nuestras fuerzas vitales no son negativos, al contrario, suceden para regalarnos esa bendita señal que nos ayudará a replantearnos nuestras vidas. Curar es poner un torniquete para cortar una hemorragia o un vendaje para enderezar unos huesos lastimados. Sanar es sumergirse en el propio cuerpo y descubrir por qué esa herida no deja de sangrar o por qué nuestros huesos son lábiles. Sanar es enjugar las lágrimas del alma…
Sí, mis queridos Navegantes, más allá de la curación está la sanción, que es como dar la vuelta al cuerpo, sacudirlo de polvo e impurezas, y ponerse un traje nuevo para mirar el atardecer y ver declinar la tarde mientras remojamos nuestros pies en la esperanza de nuevos comienzos.
Cuando la vida nos pega un giro, nos voltea como un reloj de arena agotado, pone delante de nosotros una especie de cronómetro con el tiempo otra vez desde cero, un temporizador con una alarma del momento preciso para cortar amarras con este presente y sazonar otro, no muy especiado, sabroso y sobre todo, más nutritivo. La enfermedad es un mojón en el camino con indicaciones muy claras: coja usted otra dirección, por esta va derecho al desastre. Rumbo al mar, al cielo abierto, al sol, a las olas, al salitre, a la arena dorada bajo nuestros pies descalzos… Debajo de la posología, en letra pequeña -no menos importante- hay una advertencia: “… intente desprenderse de todos los parásitos que le chupan la sangre; es imprescindible que vuelva a circular clara y limpia, sin obstáculos o lampreas incrustadas en su ánimo.. Y no olvide arrancar (sin piedad) las malas hierbas que marchitan las flores…”
La enfermedad es una dura escalada con cuerdas, casco, arnés y mosquetón; quizás muy encumbrada; pero al final está la cima desde la que contemplaremos una vista hermosa; donde el sol calentará la incertidumbre de nuestra mirada y aliviará el temblor de nuestro ánimo. El mar nos acompaña como un amigo fiel, Navegantes, nos recuerda lo necesario que es soltar lastre de nuestras abultadas mochilas para que caminemos más livianos por su orilla.
Por fin… ¡he vuelto mar adentro!
Gracias a todos los que habéis dejado vuestros amables comentarios en este timón… Mil gracias a aquellas personas que, capeando con bravura el temporal, recalaron de nuevo en mis aguas para dejar su cariño y cercanía como Meulen y Jóse Bejarano, dos bucaneros de lujo… Un millón de gracias a aquellos que aún distéis un paso más y me ofrecisteis vuestro apoyo por correo, como una cálida manta en una tarde fría, oscura y solitaria; porque una palabra vuestra bastó para sanarme… Merce, colega “lepi” de alas completas, por su cálida cercanía de costuras limpias, enOOOrme y sin dobleces; Pilar Clavería, compañera Floral, por sus sabios consejos y su cariño (casi sin conocernos apenas…); Jóse Bejarano, mi compi-bloguer de lujo, por acercarse a mí en momentos de soledad; Lola, Lolilla, mi colega escritora (perla de las letras), por preocuparse de mi situación y prestarme su pañuelo… Todos me hicisteis recordar el estribillo de la archisonada canción de Mónica Naranjo: “Sobreviviré… buscaré un hogar entre los escombros de mi soledad…” (ahora sonrío ;) Sí, la vida es un constante sobrevivir…
Y por supuesto, mi eterna gratitud para aquellos que la intranquilidad os llevó directamente a teclear esas nueve cifras que aún nos acercaron más… En especial a mi querido POETA y VERDADERO AMIGO, Juan (Galeote), por su cariño y apoyo incondicionales en todos los momentos más complicados desde que nos conocemos. Creo que si mi Tío Juan viviera, sería un poeta de la talla de mi querido amigo Juan…
GRACIAS A TODOS VOSOTROS, NAVEGANTES, PORQUE HACÉIS POSIBLE QUE ESTE BERGANTÍN SIGA AVANZANDO MAR ADENTRO…
OS DESEO UNA NAVIDAD LUMINOSA Y UN AÑO PRÓSPERO EN PROYECTOS, AMOR Y SOBRE TODO… ¡SALUD, MUCHÍÍÍSIMA SALUD!
PSD: Os quiero... y si el tiempo, ese bien tan preciado para mí en estos momentos, me lo permite, os regalaré un cuento por Navidad...