«Mi cuaderno de impresiones, cuentos, relatos, poemas, reflexiones y otras historias».
«... el Amor es una fuerza humilde, pero es el arma más poderosa de la que dispone un ser humano... Amor y verdad son las dos cosas de Dios. La verdad es el fin y el amor es el camino... La violencia es el miedo a los ideales de los demás.» Ghandi
No conocía a Antoine Leiris. Hoy,
desde la plenitud de mi corazón, me he acercado a la historia de este
periodista francés que perdió a su mujer el viernes, en la masacre terrorista.
Le he conocido por las redes sociales, pero no por el facebook, donde se ha hecho viral una carta que ha escrito.
Ayer me llegó por whatsapp una petición. No me gustan nada
las cadenas, pero lo que leí me pareció abordable, necesario y hermoso en un
mundo que ya casi camina a tientas entre las brumas de tanto sufrimiento y
maldad. Le di la credibilidad que se merecía porque además me lo enviaba una
persona que es muy especial en mi vida: mi maestra y mentora.
La
cadena-petición decía así:
«¿Quieres participar
en este experimento? Es apto para todos los públicos. Tan sólo consiste
en decir, pensar o sentir cada día, a las 12:00 am, la frase "LA PAZ YA
ESTÁ AQUÍ". Es suficiente con que lo repitas tres veces en tu interior
mientras envías una sonrisa de gratitud desde tu pecho al universo. Respira
hondo y confía.
Llámalo como
prefieras, mantra, plegaria, ley de la atracción.... da igual.
¿Fácil, no? Si pones
una alarma en el móvil cada día no se te olvidará ¡No perdemos nada por
intentarlo! ¿Hacemos una cadena? ¿Probamos durante un mes a ver qué pasa?»
Leído y hecho. Me
he puesto una alarma diaria en el móvil a las 12:00 a.m. Y hoy, por primera vez, lo he llevado a
cabo. Cuando ha sonado la musiquilla del teléfono estaba ordenando la ropa
de invierno de mi armario. He parado y me he situado frente a la ventana,
sintiendo en mis mejillas este cálido sol de noviembre. He cerrado los ojos y,
mientras repetía «la Paz ya está aquí», he visualizado unas trincheras. Alguien
gesticulaba con ambos brazos un «alto el fuego» y los soldados iban tirando las
armas a un foso. Una avioneta de guerra aterrizaba cerca de ellos y la gente comenzaba a fundirse en interminables abrazos…
Después he enviado
un whatsapp a la persona que me hizo partícipe de esta cadena y ella me ha
acercado a la trágica historia de Antoine, el periodista francés que ha
enviudado merced a los crueles atentados perpetrados en París el pasado
viernes.
Hélène y Antoine llevaban doce
años casados y tenían un bebé de diecisiete meses. Hélène fue asesinada en el
tiroteo de la sala de conciertos parisina Bataclan. Antoine esperó hasta
este lunes que su Hélène no estuviera entre las víctimas. Sin embargo, lo llamaron para identificar el
cuerpo. Y en la carta que Antoine ha
publicado en su muro personal de Facebook,
asegura a los asesinos de su mujer que no cuenten con su odio, porque sería
ceder a la misma ignorancia que les ha convertido a ellos en lo que son: almas muertas...
La emotiva carta
de este valiente periodista, compartida por más de ochenta mil personas, subraya
importantes cuestiones que Occidente pone ahora en duda y sobre las que los
políticos debaten.
Muchos de vosotros, Navegantes de Mar Adentro, ya habréis leído la carta, pero esta publicación no estaría
completa si no la transcribiera a continuación:
«El viernes me robasteis la vida de una
persona excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo. Pero no tendréis mi odio. No se
quiénes sois y no
quiero saberlo, sois almas muertas. No os haré ese regalo de
odiaros. No responderé con odio y cólera. No tendré miedo, no dudaré de mis conciudadanos, no sacrificare mi libertad
por la seguridad. Habéis perdido.
La he visto esta mañana, por fin,
después de noches de
espera. Estaba tan guapa como cuando se fue, el viernes, tan bella como cuando
me enamoré perdidamente de ella, hace más de doce años.
Por supuesto que estoy devastado por
el dolor. Os concedo esa pequeña victoria, pero dudará poco. Se
que ella nos acompañará todos los días y que nos encontraremos en el paraíso de las almas
libres al que nunca podréis acceder.
Somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que
todos los ejércitos del mundo. Ya no tengo más tiempo para vosotros, tengo que despertar a Melvil de su
siesta. Sólo tiene 17 meses. Va a merendar, como todos los días, después jugaremos como
todos los días y toda su vida este niño luchará para ser feliz y libre. Tampoco tendréis su odio.»
Soy consciente de que existen otras muchas historias imbricadas en torno a la masacre de París. La del primer
policía que entró en la sala para reducir a los terroristas y habló de «el
infierno de Dante»… La de aquel superviviente solidario que, olvidando el terror unos segundos, tendió su mano a una mujer embarazada para evitar que
cayera al vacío desde una de las ventanas de la sala de conciertos, a la que se
había encaramado para intentar salvar su vida y la de su bebé… O la escalofriante vivencia de aquel hombre que se hizo el muerto mientras recibía varias patadas de uno de los terroristas para asegurarse de que no tenía que rematarlo... Y acabo de ver
en televisión a un padre que le dice a su hijo, de unos tres años de edad: «Ellos tienen armas pero nosotros tenemos
flores…»
Sin embargo, después de leer esta tarde la carta del joven periodista francés desde
el whastapp de mi amiga..., Mon Dieu, he llorado
con idéntico desconsuelo a cuando me enteré de cómo asesinaron a mi Tío, Juan
Cano Solana, en los prolegómenos de nuestra Guerra «In-civil». Con aquellas terribles imágenes de fondo tuve que meterme en su
piel y escribir su historia; quizás un sentimiento muy parecido al de Antoine cuando llama a los asesinos de su esposa «almas muertas». Este párrafo, que muchos ya habréis leído, fueron
las primeras palabras que prologaron el libro y las que reposan aún en mi alma
sobre un lecho mudo de sombra, dolor y desconcierto:
«Muchas veces me he preguntado sobre el por qué o el para
qué de la crueldad y el odio entre los seres humanos. Y casi siempre alcanzo la
misma conclusión: una persona capaz de poner fin a la vida de otra, de truncar
vilmente su destino y oportunidades de desarrollo y evolución como ser humano,
tan sólo es persona en cuerpo y apariencia..., su alma es la de un títere a
merced de oscuras fuerzas que, desde el principio de los tiempos, están
batallando en contra de la humanidad...»
Ghandi descubrió en su propia carne cómo la
violencia era la forma de expresar el miedo hacia los ideales del prójimo, que
nada tienen que ver con fanatismos políticos o religiosos o con los prejuicios
morales, tan extendidos en la humanidad (por desgracia para nuestra estirpe).
El siguiente párrafo pertenece al Epílogo de «Un Poeta en Tiempos de
Guerra»:
«Los verdaderos ideales del ser humano se tejen en aquellas honduras del
alma donde reposan nuestros sentimientos más nobles y sirven para nuestro
provecho y enriquecimiento, no para matar o morir por ellos. Los auténticos y más
genuinos ideales no entienden de bandos políticos, sentires patrios o enarbolamientos
de bandera, pertenecen al Amor Universal.
Además las ideas son, por naturaleza, siempre libres. Aquellas que no lo
son, ya no son ideas, se convierten en creencias o ideologías. Y las creencias
no se propagan como los granos de polen sobre las alas de una abeja, se imponen
sobre las almas a culatazos de fusil.
«¡Los ideales son para vivir no para morir!», escuché como le decía un
padre a su hijo a la salida del cine, tras finalizar una película sobre nuestra
Guerra Civil.»
Los seres humanos somos poseedores de algo que fluctúa a lo largo y ancho
de nuestra condición, in sécula seculorum:
la DUALIDAD, ese pensamiento-emoción-realidad
por el que caminamos igual que sobre el filo de una navaja. Y mientras nuestras
mentes sean incapaces de integrar, y no dividir, seguiremos conviviendo con
nuestra suerte mezquina y rasposa que, sin embargo, también es capaz de portar
luz a raudales.
Desconozco el alcance que tendrá este mantra, meditación o plegaria en
cadena, todos los días a las 12.00 a.m. durante un mes. Sin embargo, sí estoy firmemente
convencida de la fuerza de nuestro Pensar
Vivo, cuando traspasa el umbral de nuestros corazones para alimentarse de
la Energía más poderosa que existe en el mundo: el Amor.
Como le dije el otro día a una Buena Amiga: la Oscuridad parece ahora
lamer todos los rincones, pero siempre hemos contado con la posibilidad de
encender un candil que la destierre para siempre. Quizás las generaciones más
jóvenes sepan buscar la claridad del sol entre estos densos jirones de niebla, pero nosotros podemos ir prendiendo nuestros propios fanales.
© Mar Solana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡POR FAVOR, NAVEGANTE DE "MAR ADENTRO",
NO TE VAYAS SIN DEJAR TU TINTA
EN ESTE HUMILDE TIMÓN,
AL ALBUR DEL BARLOVENTO!