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Sin embargo, hay algo muy curioso en toda esta polémica: la pagana fiesta del «Halloween» la introdujeron en Estados Unidos los primeros emigrantes irlandeses...
El año céltico terminaba en esta misma fecha, que coincidía con el inicio del otoño, la caída de la hoja y la recolección de los frutos. Para la tradición celta simbolizaba el final o muerte de una etapa –fin de las cosechas- y principio o iniciación de una nueva vida: año nuevo y recogida del fruto. Hasta el treinta y uno de octubre, durante la primavera y el verano, se regían por Beltane, Dios de la Vida. Pero el comienzo del Año Nuevo y de la recogida de las cosechas estaba inexorablemente unido a Samhain, el Dios de la Muerte.
La madrugada del treinta y uno de octubre era un intervalo entre los dos reinados; las barreras entre lo natural y lo sobrenatural dejaban de existir y los muertos aprovechaban para deambular por el mundo de los vivos. Se invocaba a Samhain (o Samagin) para consultarle sobre el futuro, salud, prosperidad y muerte. Los colores de esta festividad, naranja y negro, tenían su propio simbolismo: el naranja representaba el otoño y el negro la muerte. Esta creencia se extendió a lo largo de los siglos en las diversas culturas anglosajonas…
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Pero la verdadera celebración del Halloween se remonta a los primigenios celtas, antiguos pobladores de Europa Oriental, Occidental (Gran Bretaña, Roma y Grecia…) y parte de Asia Menor. Los Druidas, la clase social más elevada de los celtas, eran como sacerdotes, pero su papel abarcaba otros muchos aspectos. Formaban una jerarquía independiente y representaban lo más intelectual de la casta. También desempeñaban funciones religiosas, aunque no se limitaban a ellas. Eran además bardos (rapsodas), médicos, astrónomos, filósofos y magos. Estaban muy cerca de la naturaleza, adorar a los árboles era uno de sus ritos, en especial al Roble (la palabra «druida» comparte la raíz celta «drus», que significa roble…). Creían en la inmortalidad del alma, que escogía otro cuerpo al morir; y así, en la madrugada del treinta y uno de octubre volvía a su antiguo hogar para pedir comida a las nuevas personas que lo habitaban, éstas tenían la «obligación», por tradición y creencia, de proporcionársela sin miramientos.
Sin embargo, cuentan algunas leyendas, que dentro de esta casta de los Druidas también existió un grupo que se dedicaba a los sacrificios, a la magia negra y a atormentar al pueblo la noche del treinta y uno de octubre. Con grandes vestimentas, que ocultaban su identidad, iban de casa en casa pidiendo ciertos alimentos, aquellos que se los negaban eran maldecidos. En sus recorridos, estos sacerdotes portaban grandes nabos que habían vaciado y tallado con formas de caras y emblemas paganos. Se creía que cada nabo contenía al espíritu que los dirigía o guiaba, una especie de pequeño dios.
Cuando los pueblos celtas se cristianizaron, no todos renunciaron a las enseñanzas y tradiciones paganas. Para el rito cristiano, la noche del treinta y uno de octubre, también víspera de la «Fiesta de Todos los Santos», fue instituida en Francia, el treinta y uno de octubre del año 998 d.C. por San Odilón, monje benedictino y quinto Abad de Cluny. La coincidencia cronológica de la fiesta pagana celta con la cristiana de «Todos los Santos» o del «Día de Difuntos» (que es al día siguiente, uno de noviembre), provocó que de alguna forma ambas tradiciones se mezclaran. La antigua costumbre anglosajona le amputó el sentido religioso para celebrar una noche de terror, basada en el miedo y en las prístinas supersticiones sobre la muerte y los difuntos, en lugar de conmemorar esa noche a los fallecidos o de venerar a los antepasados.
Durante el siglo pasado, algunos inmigrantes irlandeses introdujeron el Halloween en los Estados Unidos donde arraigó como parte de la cultura popular. Asimismo se le añadieron diversos elementos paganos como la creencia en brujas, fantasmas, duendes del inframundo, vampiros, payasos diabólicos y monstruos de toda especie.
A partir de los años 50, esta celebración americana se extendió por otros países, incluido España. Por tanto, el treinta y uno de octubre por la noche, en los países de cultura anglosajona o de herencia celta, se celebra la víspera de la «Fiesta de Todos los Santos». No mucho tiempo atrás, con la llegada del Cristianismo, se recordaba a los muertos o a las ánimas del Purgatorio; sin embargo, ahora los fallecidos comparten escenografía con brujas, fantasmas y todo tipo de monstruos.
Con la llegada del cristianismo, mientras que en los países anglosajones cobraban fuerza los grupos de niños disfrazados que pedían de casa en casa, con la calavera hueca iluminada, en los países mediterráneos se extendían otras costumbres ligadas al uno y al dos de noviembre. En algunos pueblos de España, por ejemplo, existía la costumbre de llamar de puerta en puerta, cantar y pedir un aguinaldo para las «ánimas del Purgatorio».
Hoy en día, mucho menos que antes, se sigue visitando los cementerios, se arreglan las tumbas con flores, se recuerda a los familiares difuntos y se reza por ellos; en las casas se consumían dulces especiales, que aún permanecen, como los buñuelos de viento o los huesos de santo. Galicia, muy unida al folklore local y a las leyendas sobre apariciones y fantasmas, y por conservar aún ambas tradiciones: la celta y la cristiana, es la región española en la que más perdura la costumbre de recordar a los muertos y a las ánimas del Purgatorio. En muchos lugares de España continua la sacrosanta costumbre de representar en esta fecha alguna obra de teatro ligada a «Don Juan Tenorio». Fue el mito de este personaje en la obra teatral: «El burlador de Sevilla y el convidado de piedra», atribuida al dramaturgo español Tirso de Molina, el que se atrevió a ir al cementerio en esa noche, a conjurar a las almas que fueron víctimas de su espada o de su egoísmo. En general, en todas estaos ritos y recuerdos pervive un deseo inconsciente, más bien pagano, de exorcizar el miedo a la muerte o sustraerse a su angustia.
En muchos países de América del sur, esta festividad de Difuntos tiene sus propios ritos locales unidos al folklore del lugar y a las influencias de la tradición cristiana llevada por los primeros colonos españoles y portugueses. Sin embargo, en México, los orígenes de la celebración del «Día de Muertos», única, peculiar y muy colorida, son anteriores a la llegada de los españoles.
Por tanto, la fiesta de Difuntos en España tiene una raíz sacra o de procedencia religiosa. En el discurrir de nuestra historia, más que una celebración, ha sido siempre una fecha sombría y triste merced a una dictadura que nos tenía los sentimientos encorsetados y las emociones maniatadas. En un país donde casi todo se vivía como un funesto y oscuro drama, se «importó» el Halloween americano porque es una fiesta infantil en la que los niños, al menos, se divierten; y aquí ya habíamos llorado mucho.
Bajo mi humilde opinión, tienen cabida las dos, la pagana y la religiosa; ambas en su justa medida y con el mayor de los respetos. El día de Difuntos es toda una tradición en nuestra cultura, recordar a aquellos que ya partieron, con flores y amor; sin tristeza, dejando que continúen su viaje. A mí me gusta recordar a los seres queridos que me precedieron. Y respecto al Halloween, me agradan las calabacitas iluminadas, la sonrisa de los niños al recibir sus caramelos y lo que disfrutan con sus travesuras. No me gusta el Halloween sangriento y de mal gusto, el que se ha distanciado de la verdadera intención de los primigenios celtas. El Halloween gore y encarnizado pertenece a una cultura material y consumista que aprovecha la más mínima oportunidad para hacer negocio con el terror y la violencia.
«Ángeles versus Monstruos», la eterna dualidad del ser humano…, ¿por qué no nos quedamos con un poco de cada uno sin invitar al mal gusto?
Felices Halloween y día de Todos los Santos, Navegantes y Googlianos.
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