«Mi cuaderno de impresiones, cuentos, relatos, poemas, reflexiones y otras historias».
Cuántas veces el Río nos permite «empaparnos» de personas que de pronto, ajenas a su voluntad, se ven arrastrados por la corriente...
A Teresa, una heroína de las más oscuras trincheras, a Javier, su mitad, y a todas las personas que han estado a pie de cañón en esta batalla inesperada... y sobre todo, a Excalibur, un Héroe Peludo que esperemos pueda marcar un «antes» y un «después»...
Crónicas de un Hospital en Cuarentena
«En
los peores momentos, los de mayor soledad… ¿en qué pensaba usted?»
Que toda mi vida había
creído solo en lo tangible, en aquello que mis ojos, aún ayudados por un
microscopio, podían ver… En lo que mis manos podían tocar, mis oídos escuchar…
Y en lo que mi boca saboreaba o en los aromas que mi nariz conseguía percibir… Y
entonces, en el momento más crítico, en la más absoluta incertidumbre de mi
soledad, entró por la puerta un tipo muy atractivo. Mirada serena, barba
cuidada. Se acercó a mí y con extrema dulzura colocó su dedo índice en mis
labios indicándome silencio, después se probó las chanclas que reposaban al pie
de mi cama…
—¿Lo ves, doctor? He tocado
tu saliva y ahora me paseo con tus chanclas… ¡Nada! ¡No ocurre ni ocurrirá nada!
Las cosas están bien, no debes temer, el mal bicho ya agoniza…
Cuando quise hablar con él,
preguntar sobre su identidad, todo se volvió borroso y una enfermera me estaba
sacando sangre desde su traje «espacial», intentando sonreír a través de su aparatosa
escafandra quirúrgica.
—¿Quién era ese hombre?
—¿Qué hombre, doctor? — la
respuesta se coló metálica y epatante a través del filtro de respiración… En
esos momentos, en la ignorancia del destino que me aguardaba, pensé en Dios; me
pregunté si sería como un virus, invisible a los ojos, pero de certera
existencia. Sentí vergüenza de mi agnosticismo y lloré…
«En los peores momentos, los de mayor soledad… ¿en
qué pensaba usted?»
En ella, en su cruenta
batalla, en nuestro perro… En cómo se contenía la vida en este cubículo, en mi micro
mundo de desesperación e impotencia y en la otra vida, la de allá fuera… La que
seguía sus acelerados pasos sin mi y de la que podía enmarcar un pequeño trozo
a través de esta infernal ventana. Y de pronto vi a un tipo muy atractivo, mirada
serena, barba cuidada. Me guiñó un ojo al pasar por la puerta abierta de mi
habitación… Sin traje especial, paseándose sonriente con unas chanclas
gastadas.
—Tranquilo… Voy para el piso
de arriba…
«En los peores momentos, los de mayor soledad… ¿en
qué pensaba usted?»
En él, en mi madre enferma, en
mi perro… En el giro que había dado mi vida, igual que si hubieran propinado un
hachazo a la rutina… en la agonía de aquel paciente que no pudo con este mal
bicho que nos dejaba exangües, tirados en una trinchera sin nombre, en la más
absoluta incertidumbre de una cruel soledad… Y antes de desmayarme, de
precipitarme por el negro agujero de aquella extraña tregua, noté cómo una mano
sin guante acariciaba mi pelo, cómo una boca sin mascarilla besaba mi rostro, y
cómo una mirada serena me sonreía a través de una barba cuidada. Llevaba un
perro en sus brazos que me resultó muy familiar… Pese a la neblina que me impedía
ver con claridad, me fijé que caminaba con unas chanclas gastadas mientras me decía adiós con el más dulce de los gestos...
© Mar Solana.
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