Tiempos de cambio para «Mamá Literatura»: la sobreabundancia de pantallas y el crecimiento imparable de teclados activos.

"Mi cuaderno de impresiones, cuentos, relatos, poemas, reflexiones y otras historias".

Phillip Roth, escritor norteamericano galardonado con el «Príncipe de Asturias», expresó en su discurso un pensamiento que me pareció muy lúcido y consistente:

«Los lectores van a desaparecer. Seguramente, habrá novelistas... pero serán leídos por menos y menos gente. Será así, por la sobreabundancia de pantallas.»

De un tiempo a esta parte, muchos «escritores» han proliferado como las setas después de un buen chaparrón de otoño. Es habitual encontrar a sus «lectores» o «reseñadores» entre su propia gente: colegas, amigos, familiares, cónyuges, hijos, amantes, vecinos, etc. Somos ya unos cuantos bejines en este bosque de palitos y redondeces que crece como un tejido infectado, con muy poco esfuerzo y sin que caiga  una sola gota. La situación empeora cuando uno se percata de que ya no quedan personas pacientes que las recojan, cocinen y  degusten como es debido. Imposible, una trufa necesita truferos que la olisqueen, ¡no puede recogerse ella sola! Sin necesidad de adentrarnos en los caminos, delante de nosotros y a cada paso, se despliega esa enorme hilera que nos tunda con aquello de: «a mí, por favor, cómeme, ¡ñam!». Un nutrido ramillete que cada día progresa más rápido, invadiendo hasta el rincón más inesperado, con el peligro añadido de fagocitarse a sí mismo en cualquier momento. Carecemos de almas benévolas que las escojan con verdadero criterio para que los demás no caigamos envenenados o presa de una funesta intoxicación, con pocas posibilidades de ser salvados por un buen antídoto.
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Interminables filas de escritores en un mundo donde el buen lector, solo eso, buen lector, ya es una rara avis por la sobreabundancia de teclados activos. En una época literaria del «todo vale» y de excesiva transigencia con el «iniciado». Me sorprende comprobar como las personas que antes dedicaban un tiempo a la lectura de toda índole, ahora lo aprovechan para escribir como si les fuera la vida en ello. Algunos poetas cambian los versos por el género thriller y los prosistas intentan publicar poemarios new age ¡Pero si hasta mi panadera ha cambiado la masa madre por los pinitos alfabéticos!

Vosotros diréis —y razón no os falta, desde luego— que servidora es otra seta más de esta interminable ristra. Deciros, en mi defensa, que no me ha resultado fácil asomar mi cabecilla de «amanita invasora» en tierra de hongos. Muchas horas de taller (y las que quedan), barro y buril para ofrecer un jarroncillo medianamente aceptable en el mercado de las letras.

Sin embargo, conozco a algunas personas, verdaderos noveles en este infestado mundillo de las palabras, que llevan años para publicar su primera novela. Ya les cuesta un potosí dar con un buen agente, que a su vez les consiga editorial. Quizás porque han escogido el camino convencional al estilo «Karate Kid» de «Lava-encera-lava-encera... Daniel san». Y de repente, uno que apenas ha escrito cuatro garabatos o que desconoce lo que es un buen libro de cabecera, se auto-publica en alguna editora virtual ofreciéndonos sus profusas faltas de ortografía y una gramática que daña el entendimiento más sencillo como tarjeta de presentación. Exhibicionismo puro que debemos aguantar a palo seco, así, sin ninguna clase de anestesia que mitigue el dolor de ver como nuestra literatura (con mayúsculas) se enturbia a pasos ciclópeos. Esta es una de las consecuencias más negativas de internet y sus vericuetos, donde resulta muy fácil publicar saltándose toda filosofía constructiva de aprendizaje.

El lado positivo, pese a todo, lo encontramos en algunas personas que verdaderamente tienen talento y que, por determinadas circunstancias y si no fuera por la red de redes, nunca las hubiéramos conocido. El otro día, leí a una compañera que se negaba a promocionar su libro digital en las redes sociales cual mercachifle vocinglero. No puedo estar más de acuerdo con ella. Hace unos meses, y debido a un proyecto literario muy interesante, tuve que formar parte de ellas, conozco muy bien sus entramados. Mientras en otros rincones de la red me encuentro como en casa, en bata y zapatillas, aquí me sentía igual que en una cafetería atiborrada de ruido y gente. Todo el mundo tomando el mismo refresco, de vez en cuando variaba el sabor de las pastas, poco más. «Inter-empacho» de egos a tutiplén. También he conocido el caso contrario: personas que no se fían de la publicación digital y siguen empeñadas en hacer gasto a nuestros diezmados árboles; sin embargo, se mueven como pez en el agua en las redes sociales y ya no pueden concebir su ciber-vida sin ellas. Hay otras que combinan las dos cosas, por qué no. De todo, señores, como en botica. Parafraseando la melódica voz de melocotón de Sole, la cantante de “Presuntos Implicados”: «¡Ay, como hemos cambiado, que lejos ha quedado…!» Pues eso, que a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga...

© Mar Solana.