“Pero… ¿¡¡Qué demonios era aquello!!?” ─exclamó Joe aterrado y petrificado en un lugar de Central Park de cuyo nombre no deseaba acordarse…
Aquella calurosa mañana de primeros de septiembre, en el distrito de Manhattan, algunas nubes preñadas de agua surcaban el cielo. Iban y venían pidiendo permiso al sol para invitar a beber a la tierra seca y ajada por el incesante calentamiento del estío. Joe había extraviado su pluma de oro recién estrenada, un bonito regalo que le hizo su amigo Harry por su trigésimo séptimo cumpleaños. Se encontraba en un apartado lugar de Central Park, buscando con tesón su precioso tesoro dorado. Aquel sitio se había convertido en su última esperanza para encontrarlo. Pero ahora, le asaltaban de nuevo sus habituales y pertinaces dudas. El día anterior, se había dedicado con ahínco a buscar su pluma nueva haciendo pequeñas y desesperadas batidas por todos los rincones del autobús que conducía desde hacía diecisiete años. Aprovechó los momentos de descanso, entre ruta y ruta. Más los resultados fueron infructuosos. No obstante, Joe no estaba totalmente convencido de haberla perdido allí. Albergaba un brumoso recuerdo sobre si volvió con su pluma a casa, tras el picnic que ofreció a sus amigos para celebrar su cumpleaños, o sobre si quizás, se hubiera extraviado allí, en aquel agradable y apartado rincón de Central Park donde lo celebraron y donde Joe, orgulloso de su brillo y empaque, estuvo jugueteando con ella, entre risas y bromas, para presumir de pluma nueva con todos sus amigos.
Joe era un tipo alto y de complexión atlética. Tenía la tez y el cabello tan morenos que quizás le concedieran un aspecto más latino que americano. A cada lado de una prominente e irregular nariz, se abrían paso unos ojos vivarachos, pequeños y del color de la miel. Unos labios finos y casi permanentemente fruncidos dotaban su semblante de una extraña catadura, como en un rictus de permanente despiste, y unas piernas larguiruchas y algo patizambas le otorgaban un porte desgarbado.
Rápidamente decidió ponerse manos a la obra, y con un mohín de desdén en sus labios y un manotazo en el aire, desechó todas sus reflexiones que sólo le estaban trayendo angustia y más confusión. Comenzó a buscar por el último sitio donde recordaba haber guardado el estuche de la pluma, miró por allí y por allá y nada, ni rastro. Una oportuna huelga de basuras junto con la soledad y el aislamiento de aquel lugar jugaban a su favor y Joe, visiblemente impaciente, miró en las repletas papeleras de la zona. Nada. Volvió sobre sus pasos y se acercó a la enorme secuoya donde estuvieron reposando la comida. Recorrió el milenario árbol palmo a palmo y cuando ya creía tener todas sus esperanzas perdidas, un pedacito de suelo apareció iluminado, radiante y dorado ante sus ojos. Se acercó aún más, pletórico de entusiasmo, se agachó y allí estaba la más buscada, la más deseada, entre hojas caídas, algunos papeles, arena y… pero… “¿Qué mierda es esto?, ¡maldita sea!...pero si es una… ¡Oh, dios, no puede ser, no puede ser…!”─decía Joe totalmente aturdido, como presa de un mal sueño.
A aquellas horas del crepúsculo de finales del verano, todo Central Park se hallaba impregnado de una mezcla de aroma a rosas, menta y hierba fresca, pero en aquellos instantes, Joe sólo podía percibir como una sutil corriente de aire saturaba sus enormes fosas nasales con un hedor pútrido y nauseabundo. Sintió deseos de vomitar. De repente, vio con estupor cómo se acercaban cuatro policías, tres hombres y una hermosa mujer. Les acompañaba otra mujer, algo más joven y ataviada con unos minúsculos shorts y una ceñida camiseta de algodón blanca. En su mano derecha portaba una elegante correa para sujetar a su inquieto perro, un Cocker color canela de aspecto impecable.
“Pero… ¿quién diantres?, ¡si hace unos segundos estaba completamente sólo!” Joe comenzó a temblar y rápidamente y casi sin pensarlo, decidió ocultarse al abrigo de unos densos y tupidos matorrales, con sutileza apartó algunas brozas en el afán de fabricarse una mirilla improvisada.
─ ¡Eh, tú, la del perro, o cómo diablos se llame usted! Tendrá que ir a declarar a la Central─ dijo el comisario Bloodhound mientras explotaba un globito de una masa pastosa y verde que daba vueltas en su boca como calcetín en lavadora. Era increíble, pero a Joe le pareció, desde aquella distancia, como si aquel policía tuviera cara de perro. Y más o menos, así era, aunque en lugar de gruñir o ladrar, hablaba.
─ Pero señor, ha sido su perro el que…
─ agente García, cierre su bonita boca y reserve su saliva para la compra del super─dijo el comisario al tiempo que espetaba una sonora carcajada que coronó con otro globito explotado en las mismas narices de la guapa y eficaz agente de policía, Reyes García. Una simpática mejicana que siempre patrullaba por Central Park, al atardecer. A Joe le resultaba increíblemente familiar aquella mujer morena, de curvas marcadas a pesar de lo masculino de su indumentaria y penetrantes ojos negros.
─ ¡Vamos, nena, mueve tu precioso culito y llévate a la del perro a declarar, yaaa, joder! ¡Smith, pida refuerzos a la Central y que peinen la zona, ahora! ¡Rodríguez, despierta de tu puto alucine y coge la maldita pala para retirar toda la puta basura… a ver qué coño tenemos ahí!─ les aulló el comisario para imponer sus… groseras maneras de proceder y sus desabridos modales labrados a conciencia durante los nueve años que pasó en los Marines. La agente García y los demás, ya estaban acostumbrados a su tosquedad y a su lenguaje de taberna. Puta y maldito, en sus diferentes formas y entradas, eran las palabras más pronunciadas por aquel aguerrido comisario.
Al agente Rodríguez, un tipo gordito, calvo y sudoroso, se le unió el agente Smith, un policía de complexión robusta, tímido y de carácter más sosegado. Venía con refuerzos, con unas grandes bolsas de plástico negras y varias palas más. Sin intercambiar palabra, ambos agentes cavaron con obstinación y presteza durante algunos minutos. Joe observaba la escena sin dejar de temblar, cada vez sentía más pavor, tanto, que apenas se atrevía a respirar o a tragar saliva. El comisario Bloodhound, se movía con paso firme por la zona. Iba de aquí para allá, escrutándolo todo a su paso, husmeando cualquier rastro extraño y auscultando todos los sonidos y ruidos desconocidos de aquel lugar. De repente, se paró justo enfrente del matorral donde se escondía Joe, que comenzó a temblar como un teléfono móvil en modo” vibración”. Ahora sólo veía las piernas del comisario enfundadas en un elegante pantalón de lino gris.
─ ¡Smith, Rodríguez, vamos, mover vuestros malditos traseros! ¡Qué no tenemos todo el
día─ gritó a sus hombres notoriamente impaciente y malhumorado. Los agentes ya casi habían terminado su faena y el comisario, para tranquilidad de Joe, se acercó de nuevo a sus hombres que habían dejado al descubierto el cadáver de un hombre joven, cubierto de sangre seca, barro y con la ropa desgarrada.
─ ¿Qué tenemos aquí? ¿Quién será este desgraciado? ¡Smith, vamos, llame a los demás hombres, qué venga el forense! ¡Y ya sabéis, comemierdas, ni una maldita palabra al FBI!, ¡mantened vuestras putas bocas cerradas!
Joe, sin parar de temblar, intentó enfocar aún más, si cabe, su vista sobre el hombre muerto. De repente, y mientras los agentes volteaban el cadáver, vio algo que le llenó de espanto y horror, hasta tal punto que llegó a pensar que estaba siendo víctima de una perversa pesadilla… ¡aquel hombre muerto, dios, pero si era él! Se estaba viendo a él mismo… ¿muerto? ¡Su propio cadáver!… Entonces… ¿qué era él?, ¿qué diablos estaba sucediendo allí? Joe empezó a sentir un gran malestar y se desmayó. Percibió como si la furia de un torbellino le arrastrara por una especie de túnel oscuro con un bello arcoíris al final.
“Definitivamente ─pensó─ debo estar muerto… ¡Y ni siquiera como fantasma he sabido aprovechar mi tiempo! Arrebujado en el mismo escenario de mi final, ¿qué me pasaría?, y muerto, nunca mejor dicho, de miedo. ¡Ni siquiera he podido despedirme…!”
De repente, Joe pudo recordar con una claridad pasmosa todo lo que había pasado. Cuando finalizó el turno con su autobús, había vuelto a aquel lugar del gran parque a buscar su pluma. Después de una búsqueda algo farragosa, Joe la había encontrado, por fin. Mientras lo celebraba, había aparecido por allí, como por arte de magia, un yonqui de unos veinte años, con la cara inflamada y con unas enormes ojeras entre moradas y amarillas, que apenas sí dejaban ver tras ellas unos diminutos ojos negros de mirada sibilina. Enseguida se percató de cómo brillaba la pluma recién encontrada en la mano de Joe, y sin mediar palabra, le intentó arredrar encañonándole con una pistola de calibre pequeño en el corazón. Joe trato de tranquilizarle y le dijo que le daría toda la pasta que llevaba encima, pero la pluma… ¡no podía volver a perderla! Le dijo que no valía gran cosa, que era un regalo de un buen amigo, que esto... y lo de más allá. Razones que sólo consiguieron poner al chaval aún más nervioso y fuera de sí de lo que ya estaba. Por la fuerza y tras imprecar a Joe, trató de arrebatársela de la mano y éste se resistió. En cuestión de segundos, se desató un forcejeo entre ambos. Se oyeron dos disparos y Joe cayó fulminado al suelo. Un hilillo de sangre comenzó a escaparse por una de sus comisuras y su camisa beige empezó a volverse roja. El yonqui se asustó y salió corriendo, se había olvidado ya de la pluma. Al cabo de unas cuantas horas, volvió con algunos colegas para comprobar que lo que había pasado allí no había sido fruto de alguna de sus alucinaciones. Con dos de sus colegas y una pala, mal enterraron a Joe. Un brazo quedó fuera, daba la impresión de estar dislocado del resto del cuerpo. La pluma quedó muy cerca, entre hojarascas, papeles y tierra de aquella tumba mal improvisada y cruel. Se olvidaron de su pequeño tesoro, menos Joe, que ahora la estaba contemplando en su etérea mano. Le parecía que brillaba más que nunca, tanto que casi deslumbraba como sol de agosto. Sabía, por las películas y alguna novela, que los fantasmas eran seres incorpóreos incapaces de sujetar nada, porque todo lo traspasaban. Sin embargo, su pluma se sujetaba firme en su mano. De forma providencial, encontró un papel a su lado. Estaba algo sucio, arrugado y con una cara escrita, parecía una lista de la compra. Joe notó con alegría como también podía coger el papel, lo alisó y por la cara en blanco, comenzó a escribir con su querida pluma, que brillaba como el sol, una carta de despedida para su bella esposa, la policía mejicana Reyes García, que en ese preciso instante estaba siendo atendida en el LongLife Hospital por shock nervioso.
Villalba, 3 de abril de 2009
17 comentarios:
que buen relato!!!
sí señor, toda una mini novela en precisas y concisas imagenes muy bien plasmadas y engarzadas como el más fino collar de perlas.
FELICITACIONES
Tú sí que tienes una "pluma de oro" para deleitarnos con tus vuelos narrativos:=)
Un abracito de sol
espero que estes mucho más recuperada de tus molestias
Que tengas un dñia enregéticamente armónico.
que buen relato nos entregas, esta como toda una novela muy precisa y sobre todos las imágenes muy bien plasmadas que nos invitan presencia no solo como lector, si no también como participante de la misma...
un gusto leerte
saludos fraternos
un abrazo inmenso
besos
Querida Mar:
Se te lee en un suspiro. Es una bonita novela (cuento) que vas leyendo con interés y aumentando éste a medida que avanzas en la lectura. Un relato ameno, bien estructurado y bien hilvanados todos sus momentos. Felicidades.
Un beso.
Te ha quedado genial, con una redacción fantástica. Me han gustado mucho los diálogos. Surrealismo e ingenio juntos.
Un abrazo
¡Elisa!
Muchísimas gracias, me haces sonrojar.
Reconozco que es un relato un poco largo para lo que se suele colgar aquí en los blogs, pero es que lo tengo un cariño especial y quería compartirlo con todos vosotros.
Gracias por tus buenos deseos, eres un Amor.
¡Adolfo!
Me alegro mucho que hayas pasado un buen rato, ¡cómo si hubieras estado allí, qué halagador!
Eres un Sol.
¡Terly!
¡Cuánto me alegra qué me digas que no se te hizo pesado! pues como le digo a Elisa, lo colgué con algo de aprensión pensando en que quizás era un relato un poco largo para lo que solemos editar en los blogs.
Muchas gracias, me ha encantado tu visita!
¡Milagros!
Cómo ves aquí he colgado "La pluma de oro" que ya colgué en el Blog del Aula. Gracias a vuestras ideas y comentarios, pude reescribirlo ¡una cuarta vez! y aquí está el resultado. Me alegra que te haya gustado, amiga, y verte de nuevo por aquí, mucho más.
QUIERO APROVECHAR ESTAS LÍNEAS PARA AGRADECER A MI PROFESOR Y A MIS COMPAÑEROS DEL "AULA DE ESCRITORES" DE BARCELONA, SUS IDEAS Y COMENTARIOS, PORQUE SIN ELLOS, "LA PLUMA DE ORO", MUY PROBABLEMENTE, ESTARÍA SIN ACABAR O SU LECTURA SERÍA MUCHO MÁS DENSA.
¡Gracias a todos por vuestros ánimos y por estar ahí!
Hola Mar,
Ha sido un acierto poner el relato en tu blog. Ya lo leí en el de Aula y me gusta como has definido y explicado más el final, se ha quedado muy requetebien. Contado así parece que morirse no es tan grave, tus descripciones son estupendas y abundantes que te lo imaginas de verdad. Tu reforma del final es uy acertada pero es que en los ejercicios sólo nos dejaban escribir dos folios ¡¡¡que eso es lo que gastas tu en describir a dos personajes y un poco del entorno!!!! Así que sin barreras puedes hacerte una novelita de un tirón, y no me paso. A mi no se me ha hecho larga y además la he vuelto a disfrutar.
Abrazos alérgicos.
Por cierto me he parado un poco " a escuchar al violinista" y compruebo con satisfacción lo animado y "decorado" que tienes el blog. Está muy curradito, ya veo lo que dan de si las pesambres...Me voy pitando.
Me gratifica enormemente que te haya gustado más, Marien, aunque no creo que haya sido un acierto colgarlo aquí, ya que es un texto "pelín" largo y las personas están acostumbradas a leer cosas más cortitas, aún con su profundidad, en los blogs.
Cosa que parece muy lógica, ya que si no, no tendríamos tiempo material de seguir más de un blog.
Pero para mí es un lujo y un regalo, que mis "navegantes incondicionales" se hayan detenido a leerlo y a verter sus opiniones, eso es que me queréis mucho y mucho más de lo que yo pueda pedir.
SOIS TODOS UNOS ENORMES SOLES, CÁLIDOS Y RELUCIENTES.
:-D
Esta semana iba a colgar algo que aún está por acabar, pero te puedes imaginar que con fiebre apenas te apetece hacer nada, por eso colgué "La pluma de oro" porque ya estaba requetescritito.
Por cierto, me gusta que te guste el blog, pero lo he ido arreglando antes de la "pesambre" B, o sea, la de la fiebre y el encamamiento.
No sé si preguntar por tus abrazos alérgicos, yo te los envío de convalecencia y hasta las naricillas de tanta cama y huesos doloridos...
Hola Mar-
Había leido este relato en sus primeras versiones, y he de decirte que ha mejorado muchísimo.
Permíteme que aproveche este comentario para decirte que, a raíz de nuestros encuentros, ya sea en tu blog, en el mío o en el de aula de escritores, he descubierto en ti una serie de afinidades e inquietudes muy similares a las mías. Me gustaría poder compartirlas contigo en un ámbito un poco más personal, a modo de épistolas -como antaño. Si no tienes inconveniente, me gustaría pedirte que me enviases tu mail. Te dejo el mío para que puedas contestarme.
igniraven@gmail.com
Saludos y que te mejores
Tu interesante y enigmático cuento me ha hecho recordar uno de mis libros favoritos desde hace muchísimos años: una recopilación de algunos de los relatos más famosos de Edgar Allan Poe.
Recuerdo que los que más me impresionaron fueron:
- La caída de la casa Usher, que me puso (me sigue poniendo) los pelos de punta.
- El corazón delator.
- El extraño caso del Sr. Valdemar (tengo que confesar que me quitó el sueño allá por mis 17 años)...
Siempre he apreciado mucho las historias contadas de "otra forma", desde un punto de vista "diferente" que dejan un buen margen para imaginar tu propio desenlace.
Un placer leerte.
Un apasionado relato que se vive y se siente. Excelente!!!
Un gusto leerte.
Ignasi,
¡Qué bien que esta versión de "La pluma de oro" te haya gustado más!Tus ideas también me ayudaron mucho.
Gracias por tu propuesta, me ha sorprendido gratamente... ;=))
y muchas gracias igualmente por tus buenos deseos, ya voy recuperando...
Adi,
me alegra muchísimo una nueva visita tuya, tus comentarios son tan nutritivos y enriquecedores como tu delicioso pan de avena ;=D
¡Ay "El extraño caso del Sr. Valdemar"!... me impresionó tanto cuando lo leí, que "aparqué" muy injustamente a Poe, ahora lo sé... menos mal que siempre estamos a tiempo de enfrentarnos a "viejos temores"... Gracias por venir aquí y recordármelo y doblemente gracias por leerme y evocar a uno de mis escritores favoritos.
Salvador Pliego,
¡Gracias por visitarme de nuevo y por leerme con entusiasmo.
Un gran abrazo para todos, recibir vuestros comentarios sí es un verdadero placer, buen fin de semana!
mar que pases un excelente fin de semana llenito de buenas energías y en armónica convivencia:=)
muakismuakis
¡Artista! me encantó tu relato breve. Felicidades.
Elisa, preciosa:
gracias por tus deseos, eres un enorme corazón llenito de Amor.
Pedro:
¡me alegra muchísimo tu visita al blog y también qué hayas disfrutado con esta lectura, es lo que se pretende: el lector y su disfrute son "leitmotiv" para mí!!
Un beso enorme de domingo de mayo, luminoso y tranquilito, para todos...
:-D
Hola Mar!
He vuelto! Y como le he dicho a Marien, voy a intentar ser más constante en el tema bloggero.
En cuanto a tu historia, cómo ha mejorado! Atrapa desde el primer momento y no se hace nada larga, me encanta tu manera de describir, realmente consigues dibujar imágenes en la mente del que lee, y eso no es fácil. Muy bueno, sí señora.
Sonia, preciosa escritora:
Gracias por tus ánimos, me encanta que te guste esta nueva versión de "La pluma de oro".
BIENVENIDA.
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¡POR FAVOR, NAVEGANTE DE "MAR ADENTRO",
NO TE VAYAS SIN DEJAR TU TINTA
EN ESTE HUMILDE TIMÓN,
AL ALBUR DEL BARLOVENTO!