«Mi cuaderno de impresiones, cuentos, relatos, poemas, reflexiones y otras historias».
Todos
hemos venido a esta tierra con un propósito. Mis padres lo han cumplido con
creces y honores, marcando nuestras vidas con su Amor y las mejores enseñanzas.
Ahora viven en nuestro Corazón.
Mark
Twain dijo que ante una gran pérdida en nuestra vida, la mente solo tiene una
noción confusa de que «ese algo» ya no está. La mente y la memoria tardan meses enteros, años quizá, en recopilar
todos los detalles para llegar a
entender la pérdida y hacerse cargo de ella en toda su extensión.
Cuando leí esta
frase tan intensa y profunda, me sentí plenamente reconfortada. Y, gracias a la
sabiduría de Mark Twain, que supo expresar su dolor a través de nuestras
queridas Letras, volví a conectar de nuevo, aunque de forma muy breve, con la espina dorsal o leitmotiv de mi escritura que, pese a estar ensamblada en mi
corazón, se halla en un momento de agudo bloqueo. Y uno, cuando se encuentra
con las intenciones tan inflamadas que no puede ni sujetar la pluma…, lee.
Y en otra de mis lecturas-bálsamo descubrí un párrafo
extraordinario, en el Aleph de Paulo
Coelho. A través de la conocida metáfora de la vida con un tren, afirma que
nuestros seres queridos, en realidad, nunca mueren, solo están viajando en un
vagón distinto al nuestro. Y que eso de medir el tiempo es un convencionalismo
necesario para poder vivir en sociedad, nada más. El tiempo no pasa, es apenas
el momento presente, y creo que algunos escritores ya conocen este hecho.
Así, ante un inmenso
dolor, el alma se para, se queda quietita porque no puede más y necesita un
tiempo para recuperarse, para que la goma de las emociones, tan dada de sí,
pueda volver a su sitio y que las palabras comiencen a fluir por el caudal
acostumbrado.
En mis primeros
talleres de Escritura Creativa estudiábamos cómo los bloqueos de un escritor se
debían, la mayor parte de las veces, a causas de índole intelectual. Como si se
agotara la inspiración y la mente librara interminables batallas con el folio
en blanco, nuestro mayor rival.
Bueno, en todo esto
existe una parte de verdad; sin embargo, en el transcurrir de mi vida, he
descubierto que uno de los mayores enemigos del bloqueo de un escritor son sus
propias emociones. El miedo y un dolor intenso y arraigado pueden llegar a ser
más paralizantes que el mítico «quedarse en blanco» debido a una espantada momentánea
de las musas.
La falta de
inspiración constituye, quizá, una dificultad pasajera. Porque en algún momento
del día o de la noche, de repente, brotan las ideas como un sarpullido provocándonos
la imperiosa necesidad de rascar de forma compulsiva el folio irritado (que ya
no es blanco). Esta situación, por desgracia, no ocurre cuando la pena se
instala en tu rutina y trabajas solo para cumplir con el expediente del día a día.
Pero…, ¡qué no cunda el pánico!, si hemos aprendido a conducir, no vamos a
olvidarlo. Con la escritura pasa algo parecido: sólo es cuestión de volver a
ejercitarnos de forma disciplinada, nada más… el resto ya se encuentra conectado
con cada uno de nuestros latidos.
Salvo que vivamos de
la escritura —que eso sería otra historia bien distinta—, se impone relajarnos,
respirar hondo, alejar la culpa y el miedo todo los que podamos, y leer, leer
mucho. No conozco mayor consuelo que el refugio en las palabras de otros. Personas
que ya han pasado por lo mismo que tú estás viviendo y han desarrollado la
enorme sensibilidad de compartirlo con el mundo… Porque no siempre resulta
fácil encontrar palabras para «explicar» el dolor (si es que algo tan
intrínseco puede explicarse…)