No ha pasado ni un minuto, cuando ésta vuelve a salir y de nuevo, mira hacia ambos lados y hacia atrás, encontrándose esta vez con una vecina del pueblo, una mujer entradita en carnes y en años, con el pelo teñido de rubio y recogido en la nuca en forma de un moño muy elaborado y ataviada con una alegre bata color canela de mariposas y flores. Al pasar al lado de la puerta de la iglesia, ambas cruzan sus miradas. La mujer joven le dedica una especialmente sibilina. Con su mano derecha levanta la amplia manga de su chaquetón burdeos y echa un rápido vistazo a un pequeño reloj de correa marrón oscuro bien ceñido a su fina muñeca, se mordisquea los labios, camina unos pasos y vuelve otra vez sobre los mismos hacia la puerta. Se acerca aún más a ésta y apoya su brazo derecho, inmerso en la espaciosa manga de su chaquetón, sobre una de las jambas de la puerta y hunde, por unos instantes, su cabeza en él. Se incorpora y de nuevo vuelve a consultar su pequeño reloj marrón.
Un grupo de cinco niños está jugando con un balón blanco y azul. Entre risas y carreras lo estampan una y otra vez contra el denso muro frontal de la iglesia. Uno de los niños, el más flacucho y desgarbado, se acerca corriendo a la mujer, recoge algo pequeño, rígido y blanco del suelo, que al parecer brillaba muy cerca de una de las botas de la mujer, y se lo entrega no sin antes dirigirle una mirada interrogante. El rostro de la mujer muda del cetrino al rojo vivo, lo coge con pulso tembloroso de la mano del chico al tiempo que le dirige un tímido gesto de agradecimiento. Con dedos azarosos saca una cajetilla de tabaco y un mechero del bolsillo derecho de su chaquetón. Vuelve a entrar en la iglesia y de nuevo, vuelve a salir. Extrae un cigarrillo del paquete que lleva en la mano y sin dejar de mirar hacia todos los lados, lo enciende con la llamita exangüe y discontinua que sale de su mechero. Sus trémulos labios succionan la boquilla de su pitillo con fruición y expulsan una gran bocanada de humo que rápidamente se evapora en el aire. Mientras sigue allí, esperando, se da prisa en ocultar, antes de que salga la gente de los oficios de las nueve, en uno de los amplios bolsillos de su chaquetón, el alzacuello que le ha entregado aquel muchacho.
Villalba, 7 de abril de 2009
3 comentarios:
Hola Mar,
Me ha gustado mucho tu relato. Las palabras y descripciones son magníficas, tu prosa es muy rica y adecuada a lo que quieres decir. La capacidad de utilizar la palabra correcta para lo que se quiere decir es admirable. Describes cada elemento fantásticamente. Tus párrafos son elegantes y ricos. Me ha gustado mucho tu narrador observador, aunque yo le haría algunas preguntillas para saber como perdió el alzacuello entre las curvas de la chica, pero esto ya es cotilleo.
Por cierto has cambiado el aspecto de tu blog, está bien cambiar para mejorar, éste es más luminoso, me gusta.
Mira, cada vez que te leo algo, me perturba, me pareces tremendamente escritora, solo por decir algo.
Jo que envidia cochina, ! pero como me gusta !.
NO TE MANDO UN BESO, NO, TE MANDO UN MONTON.
PD. soy grande, pero me siento pequeñita si lees algo mio. gracias, mar.
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¡POR FAVOR, NAVEGANTE DE "MAR ADENTRO",
NO TE VAYAS SIN DEJAR TU TINTA
EN ESTE HUMILDE TIMÓN,
AL ALBUR DEL BARLOVENTO!