AMOR EMPAQUETADO ...

"SEXO EN PORCIONES"

VERSIÓN REDUCIDA DE "AMOR EMPAQUETADO":
FINALISTA III PREMIO ALGAZARA DE MICRORRELATOS Y PUBLICADO EN LA ANTOLOGÍA: "CUENTOS ALÍGEROS" POR LA EDITORIAL HIPÁLAGE 

(Marzo de 2010).

Acababan de disfrutar de un rato de sexo apasionado. Yacían uno al lado del otro, pletóricos de entusiasmo y de feromonas. Él fue a preparar café y ella siguió allí, decúbito supino y sin decir palabra; pasmada, con los ojos muy abiertos y fijos en un techo plagado de contraluces juguetones. Hinchada, con los pezones tan rosados y turgentes como al principio. Él regresó recién duchado y oliendo a empalagosa gomina. Le besó sus rojos y abultados labios y depositó una taza humeante en su mesita de noche. Cogió un elegante cartapacio y se marchó a trabajar. Casi al tiempo llegó una mujer con un pañuelo anudado a la cabeza y avanzó con soltura por la estancia. Al pasar por el dormitorio la vio allí, igual de inerte e inflada que otras veces. La arrastró fuera de la cama sin piedad y, de pronto, un ruido de globo deshinchándose inundó el silencio. Y aquella mujer, antes desplegada y sinuosa como carretera de montaña, se fue arrugando como una pasa para volver a su caja.

"AMOR EMPAQUETADO" MICRORRELATO VERSIÓN ORIGINAL

Acababan de disfrutar de un rato de sexo apasionado. Yacían uno al lado del otro pletóricos de entusiasmo y de feromonas.

─ ¿Te ha gustado, nena?─le dijo él henchido de satisfacción mientras se incorporaba y cogía su batín. Nada. Silencio de cueva submarina.

─ ¿Te apetece un café, cielo? ¡Mmmm…mataría por uno! Voy a prepararlo. Ella seguía allí, decúbito supino y sin decir palabra. Hinchada, húmeda y pasmada. Con los ojos muy abiertos, fijos en un techo plagado de los contraluces juguetones que impartía un amanecer perezoso por la carrera de fondo que se traían las nubes. Con los pezones tan rosados y turgentes como al principio y las mejillas arreboladas de maquillaje barato. Inmóvil y abierta in extremis. Aunque si uno la observaba desde el umbral del dormitorio, por una especie de capricho óptico, parecía levitar algunos palmos sobre el catre. Él regresó recién duchado, afeitado y vestido con traje y corbata; oliendo a restos de café, a jirones de empalagosa gomina y a jabón almizclado. Le besó con delicadeza sus rojos y abultados labios y depositó una taza humeante en su mesita de noche.

─ Cariño, debo ir a trabajar. Hoy he gozado como nunca. Volveré pronto y si quieres...─hizo una pausa y en su rostro se dibujó una mueca pueril, un negro mechón engominado se desplazó de su sitio─ podemos retomarlo donde lo dejamos… ¿eh, muñeca? Nada. Tampoco esta vez obtuvo respuesta de aquellos inertes labios que parecían no desear, no succionar o no querer contraerse para emitir algún sonido, ni siquiera un sucinto monosílabo.

Se oyó un portazo, las vueltas de la llave en la cerradura y un sutil pitido que indicaba que la alarma se había conectado. Y otra vez el silencio de varios metros bajo tierra. No había transcurrido ni una hora cuando se volvió a escuchar la puerta y una mujer vestida de forma sencilla y con un pañuelo anudado a la cabeza entró arrastrando un bolsón que dejó cerca del perchero de la entrada. Se despojó de sus guantes y de su chaquetón y se prendió un cigarrillo. Desconectó la alarma al ras, como siempre, y sacó de su bolsa toda suerte de trapos, tres estropajos de varios colores y un flamante plumero. Avanzó con soltura y familiaridad por la estancia y comenzó a pasarlo por los estantes de la sala de forma metódica y fluida, con el cigarrillo aún colgando de sus labios. Olisqueó a café y sin pensarlo abandonó el plumero y se dirigió a la cocina. Al pasar por la habitación la vio en la cama, igual de inerte e inflada que otras veces. El tazón de la mesilla ya no humeaba pero seguía con la misma cantidad de líquido. Profirió un prolongado suspiro al tiempo que farfullaba alguna especie de maldición. La cogió de las hinchadas y rosadas piernas y la arrastró fuera de la cama sin piedad. Movió con soltura sus dedos detrás del cuello de ella, como si ya lo hubiera hecho más veces, y de repente un ruido de globo deshinchándose inundó el silencio y aquella mujer, antes desplegada y sinuosa como carretera de montaña, se fue arrugando como una pasa.

─ ¡Vamos, muñeca…debes volver a tu caja! Hay que ventilar esta pocilga─ masculló la mujer de la limpieza mientras sus labios dibujaban un gesto cómico y su cabeza se movía hacía ambos lados.

Villalba, 15 de enero de 2010.