BODAS DE ORO DE MIS PADRES

Queridos amigos bloggeros, lectores y seguidores Navegantes de "MAR ADENTRO”:

Mañana, 6 de julio de 2009, se cumplirán cincuenta años, ¡medio siglo!, desde el día que mis padres se dieron el "Sí, quiero".
En el argot popular llamamos a esta celebración, muy acertadamente, "Bodas de Oro".
He querido rendir un pequeño homenaje a mis padres, escribiendo un relato breve en el que narro, a grandes pinceladas, cómo se conocieron... Espero que disfrutéis con su lectura.

Hace cincuenta y tres años… El día de la “rosca de San Roque” de 1956…

A mis padres… Santiago y Carmen…

"Fue entonces cuando intuí que todos nuestros movimientos, incluso sentimientos, se producían mágicamente dentro de alguna sinfonía. Esa que luego, a retazos, reconocemos con los años, de donde brotan la añoranza o la memoria.”

Ana María Matute: “Paraíso inhabitado”


“Señor Juan, presénteme usted a esta chavalina, ¡es una preciosidad!”, le dijo tu padre al tío de Amparito cuando me vio por primera vez en El Arenal, en la puerta de la iglesia. Claro que si no es por él y por ese viaje que hicimos tu abuela y yo, tú no estarías aquí...Me ha dicho mi madre esta mañana, despidiendo a través de su voz, algunas notas de suave nostalgia que se van colando, juguetonas, por el auricular. Una voz que sonríe mientras saborea las mieles del pasado, gracias a ese don que tienen nuestros recuerdos de embellecerse con el paso del tiempo. Continuará, hija, porque hay mucho que contar, ahora que lo recuerdo mejor que cuando era joven, me dice como una niña ilusionada antes de colgar el teléfono.
-¡ Vale mamá, cuéntamelo todo!-le respondo con avidez casi contenida.
Y dentro de mí sigue bailando su voz al son de sus recuerdos de colegiala, “Tú no estarías aquí si no hubiera sido por ese viaje y por el señor Juan…”. “Por el señor Juan” y por muchas otras circunstancias que, tácitamente, se alinean en torno a los hilos que va tejiendo el tapiz de nuestros destinos, de aquello que, según dice la sabiduría oriental, ya está escrito y no puede suceder de otra manera. Y sucedió. Y estoy aquí, intentando escribir sobre lo que ocurrió ese día de 1956.Y gracias a todo lo que aconteció, puedo hacerlo.

Hace cincuenta y tres años, en la España que mis padres acercaron posiciones por primera vez, se vivía una dictadura bajo la cual se podían aún observar las huellas de todos los culatazos dejados por nuestra Guerra Civil. Aquella fratricida guerra en la que muchas personas buenas dejaron de creer en el Amor y en la Hermandad. Pero no importaba, porque las personas honradas, nobles y amorosas, como mi padre, seguían desplegando sus ilusiones y la voluntad de enamorarse perdidamente de personas tan bellas como mi madre, aunque tuvieran que poner todo su empeño en tal hazaña.

Aquel verano del cincuenta y seis, mi abuela quería pasar unos días de asueto en un lugar tranquilo y bonito. Daba la “casualidad”, y llegados a este punto, me siento en la perentoria necesidad de aclarar que la hija pequeña de mis padres, la benjamina, o sea, una servidora, no cree en las casualidades. Sí en las causalidades que se desprenden de aquello que muchas filosofías llaman Karma, que no es otra cosa que las fuerzas espirituales o invisibles, no terrenales, que impelen el desarrollo y consumación de los hechos que han de suceder. Como todo aquello que llevó a mis padres a encontrarse. O sea, que para mí ya no cabe ninguna duda, mis dos hermanas mayores y yo íbamos a venir a este mundo, sí o sí.

Así que, como mi abuela conocía a una mujer que era de Hoyocasero, otro pueblo de la geografía abulense, por insistentes recomendaciones de esa mujer y de los hados del destino, decidió alquilar una casita en El Arenal de Ávila. Se proponían conocer otro bello paraje, La Villa de Mombeltrán, situado a unos doce kilómetros de El Arenal y la cuna que vio nacer a su marido, o sea, mi abuelo, fusilado en Madrid, durante la guerra.

Y así, conducidas por esos hilos que se iban conformando puntada a puntada para tejer ese primer encuentro, llegaron mi madre y mi abuela a El Arenal.A pasear por el pueblo el día dieciséis de agosto, un día que en el calendario popular siempre ha significado el inicio del final de la canícula veraniega o de la época más calurosa del año. Y según el calendario de algunas comarcas españolas también se celebra la festividad de San Roque. En El Arenal, la gente pasa este día en el campo con la típica torta o rosca de San Roque, algunas dulces y otras saladas, en honor al santo… Ya que según cuenta la leyenda, a San Roque le salvó la vida un perro -que no tenía rabo- cuando enfermó de peste y se retiró al bosque en soledad para no contagiar a nadie. El animalito le llevaba todos los días un trozo de torta que robaba a su amo, y fue así como el amo del perro sin rabo descubrió a San Roque, ya muy enfermo, y se lo llevó a su casa para curarle.

Ese día, dieciséis de agosto, y antes de marchar a celebrar la onomástica al campo, la gente del pueblo acudió a los oficios para bendecir sus tortas. Sin saber nada de todo esto, en la puerta de la iglesia estaba mi madre, en medio de toda la barahúnda, observando el ir y venir de la gente de por allí… Mi abuela y ella acababan de salir de la misa, y como le picaba demasiado la curiosidad sobre lo que ese día se celebraba en el pueblo, toda ufana, decidió acercarse a preguntar a un señor ya entrado en años y con cara de saber muchas cosas. Era el señor Juan, - ¡qué casualidad!-

El señor Juan era un tipo bajito, de pelo cano y de lo más entrañable. Cuando era pequeña, durante mis vacaciones en El Arenal, le recuerdo leyendo muy reflexivo y concentrado, con sus grandes gafas y su visera, a la sombra de una acacia. Se afanaba con las selecciones del Reader´s Digest, unas revistillas americanas de tamaño diminuto, según decían no sólo eran informativas, también enriquecían, entretenían e ¡inspiraban! Así de atento las leía el señor Juan con sus gafas como peceras para luego dejárselas a mi padre, que acabó haciéndose socio de tal encomiable publicación americana de los años cuarenta. El señor Juan era el tío abuelo de nuestra vecina Amparito, y el bendito ángel que presentó a mis padres.

Ese día, en la puerta de la iglesia, mientras le explicaba a mi madre todos los pormenores y mayores de aquella algarabía, quiso el destino que en ese preciso instante pasara mi padre y viera al señor Juan, muy cuco él, departiendo con una hermosa morena, digna de haberse escapado de un rodaje de Hollywood o de un cuadro de Julio Romero de Torres. A mi padre le pareció que aquella hermosa mujer que vio por primera vez en la puerta de la iglesia de su pueblo, descollaba como el halo dorado y malva que pespunta los contornos de Gredos algunas horas después del crepúsculo y en el preciso instante en el que comienza la noche. Y mi padre, que a lo largo y ancho de su andadura donjuanesca, aún no había encontrado a su media sandía en el pueblo, ni corto ni perezoso y con su habitual vehemencia en el obrar, se acercó al señor Juan y le dijo-:“Señor Juan, por favor, presénteme usted a esta chavalina, ¡ qué es una preciosidad!”…
Y así comenzó una bonita historia de amor, con sus avatares, como todas, y salpicada a borbotones con la peculiar indecisión de deshojar margaritas que siempre ha caracterizado a mi madre, pero que a pesar de todo eso y mucho más, culminó en boda y amor eterno tres años después: el seis de julio de 1959…
Hoy se cumplen cincuenta años de aquel día en el que se juraron estar juntos hasta que la muerte les separara y amor eterno en un altar cristiano…
Y colorín, colorado, no se vayan, por favor, que esta historia de Amor, aún no ha terminado…

Villalba, 3 de julio de 2009.

Poema de mi padre a mi madre
(cuando eran novios)

Piensa que el mundo se acabará,
que las estrellas perderán su brillo,y que el Sol quedará en tinieblas.

Pero mi amor por ti,
no podrá abatirlo el tiempo,
por ser Eterno.
Tuyo hasta el fin…

Santiago Cano Solana