MANEJA ESTE TIMÓN DE LETRAS...

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Este es el Diario de a Bordo de Mar Solana (Mar Cano Montil), psicóloga, escritora y cuentista... Aquí encontrarás mi «Cuaderno de Impresiones, Cuentos, Relatos, Poemas, Reflexiones y otras Historias», una especie de lenitivo para mitigar las heridas que nos inflige este mundo punzante y rasposo... Escribí mi primer cuento con once años, lo inventé en un pequeño aseo donde me gustaba jugar. Con quince decidí que quería aprender el arte de «Domar Caballos Salvajes» (léase Emociones que necesitan volver a coger sus riendas). Por eso llevo un cuarto de siglo, con sus amaneceres y sus lunas, ejerciendo la Psicología... Mis raíces son "abu-leñas" y nací en la capital, pero a mi alma le dio por asentarse a orillas del Guadarrama... Hace algo más de una década regresé a mi pequeño Taller de Letras. Y ahora soy «Psicolotora» especializada en Literalogía o «Escritóloga» en Psicoratura. Me chifla inventar palabras, tender historias de Letras en las cuerdas del olvido y airear mis impresiones al barlovento del papel... Curiosa insaciable del aspecto más espiritual de la existencia, soy como el Caracol, peregrina de un camino infinito de crecimiento y aprendizaje...

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«La Novela es una meditación sobre la existencia vista a través de personajes imaginarios». ©Milán Kundera.


«En esta comarca no existen reyes, aficionados o vasallos de las letras; sólo la magia de los artesanos de la palabra que intentan comunicar». ©Mar Solana.


«La verdadera novela es el arte que nace de la risa de Dios».

©Milán Kundera.

jueves, 22 de diciembre de 2016

¿Another blanca, dulce y alegre Navidad?

«Mi cuaderno de impresiones, cuentos, relatos, poemas, reflexiones y otras historias».



Si queremos festejar cristianamente la Navidad, debe haber en nosotros un pastor y un rey. Un pastor, que sabe oír lo que otros no oyen; que con todas sus fuerzas de entrega vive bajo el cielo estrellado; a quien los Ángeles desean revelarse. Y un rey que sabe regalar; que sólo permite que lo guíe la Estrella en las alturas; que se pone en camino para entregar todas sus dádivas junto a un pesebre. Pero además del pastor y del rey ¡debe haber un niño en nosotros, que ahora quiere nacer!

Friedrich Rittelmeyer

Cuando abandonamos el territorio de la infancia, poco a poco vamos observando aspectos que quizás, en aquella época, quedaran difuminados por nuestros sueños o escondidos detrás de ilusiones. Unos deseos vírgenes, todavía sin adulterar por la funesta maraña de confusas emociones que nos acompañan de adultos.

Empezamos a percibir cada año que la Navidad, tal y como la vivimos las sociedades modernas, no le gusta a nadie. Se respira un ambiente general de disgusto y tristeza y sentimos que no están los hornos para bollos: la masa fermenta enseguida y las levaduras son de una calidad dudosa. A algunas personas, incluso, les molesta abiertamente que les felicitemos y, lo que llamamos «espíritu navideño», provoca reacciones de toda índole: un simple cuento puede llegar a ventilar lo más «sombrío» de nuestra personalidad.

Desde luego, las «navidades» de este siglo constituyen una pesada carga para muchas personas, un lastre que no sabemos aligerar, un tiempo que hemos olvidado cómo vivir. Compromisos por los que patalean nuestras almas y comilonas que dejan exhausto a nuestro templo de carne y hueso…, ¿alguien da más?


Hace años viví una profunda transformación en mi vida. Todo cambio o crisis vital nos conduce casi siempre, y de forma inexorable, a estados depresivos más o menos intensos. Mi depresión toco fondo e hizo diana en plena Navidad. Y mis principios, mi fe, mi confianza y mi moral comenzaron a tambalearse como un edificio en medio de un terremoto. Ese tsunami emocional sepultó  todo lo que me servía (que ya colgaba de un hilo) hasta entonces; y la necesidad de un nuevo comienzo abofeteó mis mejores intenciones…

Y entonces lo descubrí: una lectura sobre las «Navidades», de mi admirado Georg Kühlewind (Navidades, 1998), acudió en mi ayuda y arropó mi alma, que tiritaba entre montañas de dudas y de todo lo que había arrastrado el «temporal». Ya el título de aquel especial pasaje centelleó en mi alma como una estrella balsámica y reveladora:

 «Depende de ti, comienza, se trata de ti…» (Mensaje del cuadro de la Anunciación) «(…) En invierno, uno no pude saber si la semilla germinará o irá muriendo… ¡El sentirse concernido por el pasaje de un texto puede ser un principio!»

Recuerdo que reflexioné sobre la misma palabra «Navidad» escrita en plural y sin mayúscula: navidades. Cómo la simple adicción de un sufijo era capaz de cambiar el sentido más profundo de aquel vetusto sustantivo. «Navidad» es una forma abreviada de «Natividad», y «Natividad» significa «Nacimiento». Decimos «navidades», por lo visto, para englobar el inicio de esta festividad hasta la de Epifanía o Reyes. Pero «Nacimiento», en Navidad, solo hay uno.

La esperanza es ese ser con plumas
que se posa en el alma
y canta una melodía sin palabras
y no calla nunca más. 

Emily Dickinson    
    
Y con sinceridad, a mí lo de «navidades» siempre me ha sonado a compromisos a tutiplén, es decir, a aquellas cosas que menos deseamos hacer y que, en gracia y honor a los «debes» y «haberes» sociales, debemos acometer sí o sí. Regalos, reuniones familiares y semblante festivo (incluida sonrisa) según mandan cánones y tradiciones, nos zarandean hasta dejarnos desnudos y maltrechos. No nos engañemos, la sonrisa surca nuestras comisuras justo cuando toda la parafernalia y el conjunto de despropósitos concluyen. Eso sí, con la firme promesa de regresar (help!).

La lectura del maestro Kühlewind también me llevó a recapacitar sobre el por qué de tanto sinsabor en esta época. Por qué la celebración de un Nacimiento se había convertido en un tiempo tortuoso de lamentos, angustia y tristeza, en un verdadero calvario…

Ayer celebramos el solsticio de invierno: la oscuridad alcanza su punto álgido para comenzar su ascenso hacia la luz. El invierno es una preparación de las fuerzas que necesitará la Naturaleza para renacer en la siguiente estación, en la contracción de sus impulsos encuentra la primavera su poder de expansión. La tierra duerme, entierra sus deseos bajo la nieve y las semillas descansan para renovar su brío en el siguiente equinoccio. Los primeros cristianos que nacieron dentro de la cultura celta asociaron el misterio del nacimiento de Jesús, el Cristo, al progresivo ascenso y aumento de la luz invernal. Intuyeron en esa luz una firme esperanza de cambio y renovación, una época de deseos y sueños lanzados a la vastedad de un firmamento, mucho más iluminado por el esplendor de las estrellas de esa especial Natividad. Su nacimiento iba a guiar a la humanidad, desde la más profunda oscuridad, hacia un sendero de Luz y Amor…

Y si nuestros antepasados celebraban los «Nacimientos» especiales con alegría, orgullo y con el corazón pleno de esperanza: ¿por qué nosotros sentimos tanta pena y ofuscación? Supongo que esa absurda necesidad que tenemos los seres humanos de querer «controlarlo» todo, de tener las cosas bien sujetas (no vaya a ser que nos equivoquemos, ¡menuda tragedia!), acaba generando las dosis suficientes de ansiedad y mal humor que abren siempre la puerta a la tristeza y a la frustración. Ignoramos, por desgracia,  que es esa aparente necesidad de dominio la que nos anula las ilusiones, la que nos dinamita la espontaneidad que vivíamos sin ataduras y de forma natural cuando éramos unos niños.

Resulta muy difícil en esta época, profusamente materialista, calentar nuestras almas con algunas chispas espirituales. La terrible crisis económica que vivimos choca de bruces con la pertinaz llamada al consumismo que se ejercita en estas fechas. Parece ser que la alegría está en las cosas más caras e inalcanzables, y eso es lo que mina nuestras mejores intenciones. Ya no hay dinero… y ahora, ¿qué hacemos?

Las navidades así se convierten en una perversa lupa, siempre agrandando lo evidente. Los pobres parecen más pobres y las congojas más hondas. Los problemas, algunos dormidos el resto del año, se clavan y te remueven el alma como un millar de esquirlas en la piel. La soledad, el rechazo o el ninguneo de los demás se vuelven auténticas tragedias si no contamos con una firme base que nos sustente el alma. Las separaciones, los desencuentros y las pérdidas parecen una especie de travesía por el  desierto, en medio de una tormenta de arena y sin una gota de agua…

A mí me complace pensar que esa misma lupa también aumenta las bonanzas. Somos muy distintos y cada persona necesita recorrer su camino, vivenciar sus propias experiencias para darse cuenta de que la «Navidad» es un nacimiento, un principio, un nuevo comienzo, un aliquid novi . Pero esta experiencia solo puede transitar nuestros corazones. Me refiero al corazón de cada cual, porque nadie va a decirnos cómo tenemos que sentir: es un descubrimiento al que se arriba poco a poco, de forma personal e intransferible.

La creciente luz de este solsticio invernal nos invita a la «Natividad» de algo nuevo en nuestra vida: depende de ti, comienza, se trata de ti. Y así, como preconizaban los que nos precedieron, todos los años podríamos «volver a nacer», a concedernos una ocasión para renovar toda la negatividad que hemos ido acumulando a lo largo del año.

Nuestros sentimientos son libres, y de ninguna manera podemos (ni debemos) sentir lo que desde fuera nos viene impuesto como una rígida orden militar, como el deseo gregario que subyace a ese impulso de hacer todo el mundo lo mismo. Sin embargo, podemos aprovechar esa misma libertad para planear encima de las ridículas obligaciones sociales de esta época, carente de valores y anegada de tópicos. Llamemos a las «tradiciones», las verdaderas, las que se viven desde el corazón, por su auténtico nombre. Como dicen los poetas: las auténticas raigambres anidan en el alma. Y si son auténticas nos permitirán mirar las cosas con otro talante, pensar en los nuevos proyectos y en todo lo que aún queda por hacer y vivir. Quizás intentar ver grandeza en lo más pequeño y disfrutar de las cosas más sencillas, sin grandilocuentes apariencias o copiosos banquetes…

Con el paso de los años, y de tantas «navidades», he aprendido que así como la alegría es un estado transitorio, la felicidad es un templo sagrado que vive en cada uno de nosotros. Y ese espacio, tan privado y personal, no ha surgido de repente, digamos que es el resultado del trabajo de muchos años, sinsabores y despropósitos, y, además, no depende de otros: está en nuestro interior. Por eso tengo claro que la «Navidad», en el sentido de un Nuevo Comienzo, de un «Nacimiento» o de un permitir que nuestra Luz interior siga creciendo aún en la mayor de las oscuridades, supone un genuino y espinoso desafío cada año, sobre todo cuando en tu salita de estar ya hay algunas sillas vacías…

Feliz Nacimiento a la Luz, Navegantes silenciosos, que la Vida y esta nueva Natividad os siga regalando excelentes cosechas de sueños, proyectos y deseos para el año que estamos a punto de desempaquetar. “Podemos brillar, florecer y fructificar en la época más oscura. Eso es Navidad: tu Luz interior creciendo en la oscuridad.” 
 Desde mar adentro os envío una ola de Paz, otra de Luz y una, muy grande, de Amor.

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«La mente intuitiva es un don sagrado del que la mente racional es su fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que honra el sirviente y ha olvidado su don» © Albert Einstein. Imagen: Faro de Suances (Cantabria) © Mar Solana.

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¿Y leer? Me apasiona devorar libros. Es como visitar el hogar espiritual de mis escritores favoritos y paladear un delicioso vino de su mejor cosecha de Letras... Un buen libro es como una liana, te ayuda a desplazarte por la inmensa selva de tu imaginación... Leer también me facilita la tupida tarea de ir desbrozando esa maleza que se enreda entre la escasez de ideas y la falta de inspiración... ¡Nunca dejes de leer!

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JOSÉ SARAMAGO: 16 de noviembre de 1922 - 18 de junio de 2010... ¡HASTA SIEMPRE MAGO DE LAS LETRAS!

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"La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva. Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran." Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte...

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... es la luz que te conduce a sacar de tí lo mejor, a crecer en la mirada de quien verdaderamente te ama. El verdadero amor te quiere libre y como ser expansivo. Nunca admite murallas para el alma que respira... Es descubrir tu segunda piel, la que te eleva a la capacidad de ser decididamente afectivo, humedeciendo con licor de alegría los desiertos emocionales ... CARLOS VILLARRUBIA.

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Llenamos el caldero
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rellenamos el ropero.

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de sueños y de niños,
pintamos en el cielo
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Las cosas se complican,
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Subimos la montaña

de riñas y batallas,
vencimos al orgullo
sopesando las palabras.

Pasamos por los puentes

de celos y de historias,
prohibimos a la mente
confundirse con memorias.

Nadamos por las olas
de la inercia y la rutina,
con la ayuda del amor.

Vivimos siempre juntos, y moriremos juntos,
allá donde vayamos seguirán nuestros asuntos.
No te sueltes la mano que el viaje es infinito,
y yo cuido que el viento no despeine tu flequillo,
y llegará el momento
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se confundan en un mismo corazón...
(Letra y música: Nacho Cano)

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