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A Juan, con todo mi Amor, en nuestro décimo sexto aniversario de boda... |
Oscar, el chaval del tupé rubio, camina enjuto y taciturno por un asfalto rutinario. Sus pasos le llevan a la floristería de Isabel, la más antigua del barrio. Se ha peleado con su novia y quiere sorprenderla con flores para pedirle perdón.
─Buenos días. Me gustaría enviar un ramo de nueve rosas rojas─ dice Oscar visiblemente impaciente y emocionado por la decisión que, sobre la marcha, acaba de tomar.
“¡Rosas rojas para recuperar de nuevo a mi chica! Nueve, el día de nuestra primera cita; rojo, su color favorito…”, piensa Oscar entusiasmado con su ocurrencia. Isabel se levanta de su taburete, deja encima de la mesa las tijeras de podar, y con una amplia sonrisa se dirige al lugar donde tiene las rosas y comienza a escogerlas para elaborar el ramo. “Seguro que es un regalo para una primera cita”, piensa la florista; la ilusión de un primer amor y la vehemencia de ese encuentro se infiltran por las raíces de sus recuerdos rozando la savia de sus lágrimas.
─Por favor, Liliana, toma nota a este chico del nombre y dirección de este bonito envío.
Liliana lleva pocos meses trabajando en la floristería de Isabel. Lo que más le gusta de su perfumado y colorido trabajo son los encargos de amor. Y aunque sabe que también forman parte de la vida, detesta las coronas para los funerales. Con un gesto rápido y coqueto, Liliana se retira un mechón de su negra y rizada melena y comienza a recordar su primera cita: “¡Ay, chama… fue tan excitante, qué guapo era aquel hombre!, un venezolano muy alto, tostadito como el café y elegante como un delicado ramo de gardenias…”. Con la mirada lejana y soñadora, le pide los datos de envío al chaval del tupé rubio. Y Oscar le dicta a Liliana, la romántica:
Pero el destino, aún caprichoso, siempre sabe por dónde mover sus hilos y los enredó en el boli de Liliana, la romántica, y en el entrañable recuerdo de su primer amor. Su guapo venezolano acostumbraba a hablarle a su chamita, así era él, del “cauce” que seguían las cosas si dos personas se sentían atraídas de aquella manera…
Cuando Alfonso, el repartidor, recoge el ramo y la tarjeta de entrega, ésta reza así:
Ese día no hay demasiados repartos y Alfonso se alegra de poder ir más pronto a casa. Sus dos hijos de once y trece años, se han marchado a casa de la tía Ruth a pasar el fin de semana con sus primos. Es viernes y… ¡tendrá toda la noche por delante para estar a solas con Mónica, su mujer! Alfonso es un tipo bajito, calvo y con una sonrisa de barquillo. Ha alquilado “Nothing Hill” y además ha comprado una botella de Moët&Chandon junto con una tonelada de helado de chocolate y pistacho. “La noche promete”, piensa imbuido por un intenso y repentino soplo romántico, como hace tiempo no sentía. Mira el resplandeciente ramo de las nueve rosas rojas, y entonces el amor le parece lo más bonito del mundo. De sus labios sale el entusiasmo a silbidos cortos, tímidos: “Lay a whisper on my pillow… leave the winter on the ground… It must have been love…”.
Al otro lado de la puerta, una anciana con la mirada interrogante y el ánimo harto sorprendido, contempla sin dar crédito el ramo de las nueve rosas que Alfonso le entrega. No se fija en esos dos apellidos que no son los suyos. Sólo lee en aquella tarjeta que le trae la pasión a la misma puerta de su casa, ese amor con el que tantas y tantas veces ha soñado y después de muchos años:
Una lágrima se desliza, sutil, por una de sus descarnadas mejillas, mientras su vecino de enfrente, Osvaldo, recoge en silencio su correo al tiempo que cruza con María una mirada que vale más que mil palabras. Una mirada que musita: “bendita equivocación”.